Paysandú, Miércoles 26 de Febrero de 2014
Opinion | 20 Feb Las movilizaciones de miles de personas en las calles de Caracas y otras ciudades venezolanas, así como la represión de manifestantes que han arrojado varios muertos y heridos, han centrado nuevamente la atención mundial en Venezuela, ante un escenario que no ha tenido una generación espontánea ni es producto de un complot, como ha señalado en más de una oportunidad el presidente Nicolás Maduro.
La semana anterior, cuando se realizara una marcha estudiantil en Caracas en reclamo por más seguridad, encapuchados en moto abrieron fuego contra varios manifestantes dejando como saldo tres muertos y varios heridos. A partir de allí el clima de tensión y violencia fue en aumento y las marchas contra el gobierno del presidente Nicolás Maduro se multiplicaron apoyadas por la aposición al régimen chavista, y de acuerdo a los observadores locales e internacionales se trata de las movilizaciones más grandes que el régimen liderado por el fallecido Hugo Chávez enfrenta en los últimos años
Debe tenerse presente que Venezuela es un país gobernado por un régimen autoritario, pese a que Uruguay, Argentina y Brasil lo hicieron entrar por el patio trasero al Mercosur tras suspender a Paraguay precisamente aplicando la “cláusula democrática”, lo que aparece como una burla, y han pasado apenas unos pocos meses para confirmar, por si alguien tenía alguna duda, la naturaleza del régimen de Maduro.
Lamentablemente, este último dista mucho de tener las dotes naturales de líder del desaparecido Hugo Chávez, quien pese a los reparos que naturalmente tenía en cuanto a formación democrática y apego a las leyes, construyó su liderazgo en base a sus propias condiciones, y en tanto el “mérito” de Maduro ha sido el de ser designado como sucesor del expresidente para ejercer el cargo, al ganar elecciones muy reñidas y con resultados todavía cuestionados.
Por cierto que un país no se gobierna en base a decretazos de gobierno ni anatemizando a la oposición, pero debe reconocerse que tampoco con manifestaciones masivas en las que se desata el esquema perverso de acción-reacción, en el que cada lado pretende presentarse como víctima de la violencia del otro bando. En Venezuela hay de estos y otros componentes, con muy pocas voces que promueven que se haga lo que debe hacerse para “bajar la pelota al piso” y dirimir las diferencias a través del diálogo, de la búsqueda de entendimientos y con un sentido patriótico y aún de preservación de la debilitada democracia de la nación caribeña. Pero lamentablemente, Maduro, que está muy lejos de dar la talla para su cargo, se encarga de echar leña al fuego a través de sus repetidos y absurdos discursos, descalificando a la oposición y lanzando al barrer acusaciones de “fascistas”, “traidores”, servidores del imperialismo y otros calificativos divagantes que solo pueden generar reacciones y descalificaciones similares de la contraparte.
Además, se agrava el debilitamiento institucional y los radicalismos de los ciudadanos, que deberían tener en sus gobernantes ejemplos de tolerancia y de respeto a la democracia, en lugar de una lucha despiadada por “ganar” en la estima y respaldo de la ciudadanía.
Incluso Maduro se ha encargado de buscar culpables en todos lados, menos en sus fracasadas políticas de gobierno e intolerancia, incluso acusando al presidente colombiano Juan Manuel Santos de injerencia y de instigar a la rebelión: “me va a venir a dar lecciones a mí de democracia el presidente Santos, cuando yo lo que estoy haciendo es defender a Venezuela, el derecho a la paz de Venezuela y lo voy a defender con toda la fuerza de nuestro pueblo”, dijo Maduro en un acto público ante miles de seguidores. Algo así como cuando Hitler invocaba la paz mientras pretendía someter al mundo a través de la más sangrienta y mortífera guerra de la historia.
El presidente colombiano por su parte sólo había manifestado que su país está preocupado por “los acontecimientos” en Venezuela y llamó “a la calma, a establecer canales de comunicación entre las diferentes fuerzas políticas en Venezuela para garantizar la estabilidad del país”. Pero como un gobierno autoritario precisa de enemigos para arrear las multitudes, eso fue suficiente para encontrar un “instigador” externo. Sin embargo de la misma forma se ha pronunciado recientemente el Parlamento del Mercosur, Parlasur, reunido en Montevideo, instando a las partes a un entendimiento y a dirimir las diferencias a través del diálogo, que es la postura que corresponde en un ámbito parlamentario democrático preocupado además por la situación de uno de sus países miembros.
Mientras tanto, la organización Human Rights Watch (HRW) exigió al Gobierno de Venezuela la liberación “inmediata e incondicional” del dirigente opositor Leopoldo López, quien se entregó a la Guardia Nacional en Caracas tras liderar una multitudinaria manifestación contra el presidente Nicolás Maduro.
El líder opositor López se entregó este martes a la Guardia Nacional Bolivariana (GNB, policía militarizada) en Caracas después de que el propio presidente Maduro emitiera una orden de búsqueda y captura contra él al responsabilizarle personalmente del clima de violencia que vive Venezuela desde el miércoles pasado, cuando las marchas de protesta contra el Gobierno se saldaron con tres muertos y decenas de heridos y detenidos.
Evidentemente, cada paso que da Maduro, con sus acusaciones al barrer a los “golpistas”, “imperialistas”, a la “derecha”, a la “oligarquía” y a la oposición “servil al imperialismo” (etcétera, etcétera) solo logra soliviantar los ánimos y justificar acciones de algunos grupos que no tienen ningún apego a la democracia.
Se impone por lo tanto la convocatoria a la pacificación y un gran diálogo nacional, en lo posible con presencia de mediadores internacionales, con altura de miras, para generar un encuentro que permita por lo menos hacer un intento serio de evitar que Venezuela se deslice por el despeñadero, porque difícilmente se salga de este entuerto si cada uno trata de mantenerse en su posición y echarle siempre la culpa al otro de lo que pasa en este convulsionado país.
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