Paysandú, Viernes 28 de Febrero de 2014
Opinion | 25 Feb Tras varias semanas de disturbios con multitudes en las calles de Ucrania, sobre todo en la capital Kiev, participando en manifestaciones y marchas contra el gobierno de Víctor Yanukovich, en las últimas horas se concretó la renuncia del gobernante y la asunción de la jefatura del Estado por el presidente del Parlamento, además de la liberación de la líder opositora Yulia Timoshenko, encarcelada desde hace siete años por acusaciones de abuso de poder, pero considerado este caso como una represalia del gobierno ahora derrocado como consecuencia de la movilización popular.
Lamentablemente, la trama de la tragedia que se desarrolló en todo este proceso en esa nación de la ex Unión Soviética, es una consecuencia de disputas por el poder e influencia rusa --que es histórica-- en ese país, donde además gran parte de la población habla ruso y también tiene ese origen.
Pero cuando se trata de conflicto de intereses las “hermandades” y las disputas históricas quedan en un segundo plano, ante detonantes que hacen que el fuego se extienda por la pradera, como ocurrió en este caso.
En lo que refiere a los sucesos de las últimas horas, el destino de Ucrania dio un vuelco el sábado durante una jornada en la que el Parlamento decidió la destitución de facto del presidente Yanukovich, --quien intentó huir-- y la liberación de Timoshenko. Pero al menos 80 personas han muerto en Kiev en choques entre manifestantes y fuerzas policiales, lo que es considerado como un nivel de violencia inédito para un país que se independizó de la U.R.S.S. hace 22 años.
Igualmente, todavía no está todo claro respecto a la suerte de Yanukovich, quien si bien ya “no ejerce sus funciones”, como señala una fuente del Parlamento, éste aseguró que no tiene intenciones de dimitir y subrayó que “hay un golpe de Estado en el país. No tengo la intención de presentar mi dimisión. Soy un presidente elegido legítimamente”, según declaró en una grabación televisiva, a la vez de adelantar que no firmará nada “con los bandidos que aterrorizan al país”.
Con este tono de confrontación, cuesta poco inferir que la política interna ucraniana está lejos de asumir las responsabilidades históricas para llegar a una pacificación del país, y que el proceso con este fin resultará largo y doloroso si no se deponen actitudes extremistas que van al todo o nada, porque si bien se han registrado llamados a elecciones tras períodos interrumpidos antes de finalizar el mandato constitucional, quien asume vuelve a encontrarse con una oposición acérrima y radicalismos que siguen dividiendo a la nación, sin que se depongan posiciones que permitan llegar a una negociación que termine vencidos ni vencedores.
Incluso todavía en este proceso responsables locales de regiones prorrusas del Este pusieron en duda la legitimidad del Parlamento ucraniano, que según ellos está actualmente “bajo la amenaza de las armas”, al punto que “la integridad territorial y la seguridad de Ucrania están amenazadas”. Debe tenerse presente que Ucrania, una nación de 46 millones de habitantes, está dividida entre el Este de habla rusa, mayoritario, y el oeste nacionalista, donde se habla ucraniano, con el agregado de que Ucrania se encuentra al borde de la bancarrota y necesita urgentemente ayuda financiera.
El detonante de este conflicto fue sin embargo la decisión del expresidente Yanukovich de suspender las negociaciones sobre un acuerdo de asociación con la Unión Europea, y en cambio apuntar a fortalecer las relaciones económicas con Moscú, lo que precisamente generó las crecientes manifestaciones populares contra esta actitud prorrusa.
Rusia había prometido a cambio un salvataje con un crédito equivalente a 16.000 millones de dólares, y una rebaja en el precio del gas, pero solo hizo entrega parciales y suspendió el resto ante la revuelta popular.
El punto es que el gas es un tema clave en las relaciones entre Ucrania y Rusia y que las importaciones de gas ruso cubren alrededor del 60 por ciento del consumo de los ucranianos. Además, por Ucrania transita el gas ruso que este país vende a la Unión Europea, pero en términos de geopolítica, la idea del presidente ruso Vladimir Putin es la de dejar a Ucrania fuera de la influencia europea y consolidar un bloque con otros países del Este que estén bajo la influencia rusa, aprovechando su fragilidad económica.
Por lo tanto, cuesta poco inferir que el conflicto de Ucrania es ni más ni menos que un escenario de esta disputa entre bloques e influencias económicas, que difícilmente Rusia deje las cosas como están, y que el conflicto por las llaves del poder sigue vigente en la otrora Europa del Este, lamentablemente a costa de tragedias como la que todavía se está viviendo.
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