Paysandú, Domingo 02 de Marzo de 2014
Opinion | 24 Feb Aunque en un escenario de incertidumbre en los últimos meses, la economía de los países latinoamericanos está teniendo un comportamiento aceptable en el contexto de la economía mundial, cuando hay indicios de mejora en contados países europeos, por ejemplo, aunque con fuerte desempleo, que ha llegado a niveles nunca vistos en el último medio siglo, y que Estados Unidos asome por ahora con una superación muy lenta.
Es que el subcontinente, aunque estamos ante una desaceleración de la demanda internacional, mantiene previsiones de crecimiento con una media del orden del tres por ciento anual, ante un escenario europeo comprometido y de demanda todavía deprimida en la nación norteamericana.
No todas las situaciones son iguales en América Latina, por supuesto, desde que el comportamiento positivo se limita a determinados países de la región. En tanto, las naciones emergentes asiáticas, sobre todo China, atraviesan un período de estancamiento y signos de reversión, lo que indica que debe ser motivo de un seguimiento muy fino de la situación.
Hay economías poderosas que no están participando como locomotoras de la demanda, y todo indica que todavía habrá de transcurrir un lapso considerable para que reaparezca la demanda que se ha deprimido desde el Primer Mundo. Este escenario no es de ahora, sino que se arrastra desde hace unos años, y debería ser suficiente para que constituya un llamado de atención para que los países subdesarrollados y en especial América Latina, tomen nota de que es impensable seguir transitando los mismos caminos que se han recorrido durante la última década. En dicho lapso el crecimiento se ha mantenido amparado en exportaciones de materias primas y bajo costo financiero, lo que ha permitido mejorar la calidad de vida de amplios sectores de la población, aún reconociendo que quedan grandes bolsones de pobreza y déficit en la sustentabilidad de la presunta redistribución que se ha alcanzado. En el informe de situación del Fondo Monetario Internacional (FMI) dado a conocer a mediados del año pasado, el organismo financiero internacional instaba a las economías latinoamericanas a aprovechar condiciones favorables externas “que no durarán externamente” y sentar así las bases de un “crecimiento sostenido” en el momento. En este informe regional, conocido cuando se esperaba un crecimiento regional del orden del 3,4 por ciento para 2013, y de 3,9 por ciento para 2014, impulsado por la abundancia de financiación y la demanda aún sostenida por materias primas, se advertía también de los riesgos a medio plazo derivados de un potencial endurecimiento de las condiciones de financiación mundiales y la posibilidad de una “fuerte desaceleración en los países emergentes de Asia, con sus consiguientes efectos en los precios de las materias primas”.
El FMI advertía entonces que “las condiciones todavía son favorables, pero no durarán eternamente” y señaló que se empiezan a ver señales de moderación en los precios de las materias primas, tendencia que podría intensificarse y consideró que los tipos de interés aumentarán a medida que las economías mejoran, pero “el desafío para muchos países de la región es aprovechar el escenario actual para rellenar sus arcas y sentar las bases para un crecimiento más robusto e inclusivo”.
Aquellas previsiones se han ido confirmando con el paso de los meses, porque las materias primas han tenido valores descendentes, sobre todo los granos, mientras al mismo tiempo han crecido los costos internos que no han sido absorbidos por un repunte del dólar.
Es de recibo por lo tanto la recomendación del organismo internacional en cuanto a llevar adelante “una política fiscal más prudente que contribuiría a aliviar la presión sobre la capacidad interna y mitigar el aumento de los déficit en cuenta corriente”, y en cuanto a la inflación, el FMI destaca que se ha mantenido controlada mayoritariamente, aunque países como Brasil, Uruguay y Venezuela –sobre todo este último, naturalmente-- siguen registrando cifras por encima de la metas.
Sin dudas que una década de crecimiento no es poca cosa para un subcontinente que históricamente ha tenido crisis devastadoras, que ha pasado de bonanzas a depresiones en poco tiempo, por su vulnerabilidad e inestabilidad producto del subdesarrollo y la incapacidad de ser formador de precios internacionales.
Los vientos favorables por diez años han impulsado el crecimiento y Uruguay no ha escapado a este escenario de altos precios de materias primas que produce por ventajas comparativas, pero ha dejado pasar de largo una oportunidad única para mejorar la infraestructura y ordenar cuentas y situación fiscal sin mayores traumas.
Es que al crecimiento no se le ha agregado inversión para un desarrollo sustentable y apoyar este crecimiento sobre bases firmes, por lo que hay coincidencias respecto a que estamos lejos de estar a cubierto de las consecuencias derivadas de eventuales cambios en las condiciones que hasta ahora nos han favorecido.
Lamentablemente, se han seguido políticas procíclicas, sin generar espacios fiscales ni fondos que hagan de colchón para afrontar eventuales crisis, mientras seguimos sin competitividad en productos con valor agregado, nada menos.
Por lo tanto, pese a la década favorable, carencias en la inversión en infraestructura y en en reconversión de parte de la fuerza productiva hace que sigamos dependiendo de precios de los commodities, siempre inestables, y por lo tanto contribuyendo a generar un factor de incertidumbre en la economía.
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