Paysandú, Lunes 03 de Marzo de 2014
Opinion | 27 Feb Cuando se perfila ya una campaña electoral de cara a las elecciones internas, que naturalmente por elevación va a condimentar con la argumentación que se vierta en esta ocasión la campaña para las elecciones nacionales de octubre, han aparecido algunos temas sobre el tapete que seguramente serán objeto de debate ente los candidatos --aunque no entre todos, si tenemos en cuenta que ya el expresidente Tabaré Vázquez ha anunciado que no piensa debatir-- entre los cuales naturalmente figura el de la educación.
Por cierto que más allá de algunos sinceramientos aislados en este escenario, fundamentalmente del vicepresidente Danilo Astori, en el oficialismo la consigna pasa por minimizar las graves carencias y el deterioro que se percibe en todas las ramas de la enseñanza, pero sobre todo en Secundaria, y se enfatiza que durante el gobierno del Frente Amplio se han aumentado significativamente los recursos para el sector, que se han llevado al 4,5 por ciento del Producto Bruto Interno (PBI).
Incluso en reciente encuentro partidario, el exmandatario anunció que de ser elegido presidente habrá de llevar este porcentaje al seis por ciento del PBI, o sea que piensa gastar mucho más plata aún.
Es cierto, cuando hay problemas tan serios como los que azotan a nuestra enseñanza, siempre parece razonable dedicarle mayores recursos, porque de una u otra forma alguna migaja más tendrá como destino la mejora de la infraestructura, cuando hasta ahora las partidas que se han incrementado significativamente han sido en forma casi exclusiva para mejorar los sueldos docentes, que por cierto estaban --y aún están-- muy deprimidos. El problema es que los hechos demuestran que cuanto más se ha invertido en este sentido, peores han sido los resultados, aun cuando se ha pasado de un gasto de 400 millones en 2004 a los actuales 2.000 millones de dólares.
Lejos de que se haya evolucionado en la formación y capacitación del alumnado en todas las áreas, el nivel de nuestro sistema educativo se sigue deteriorando a ojos vistas, y el resultado de las pruebas PISA es solo una manifestación más de estas graves carencias que se traducen en una deficiente formación para la inserción laboral y profesional, a lo que se agregan sin dudas deficiencias en investigación y actualización.
Lamentablemente, voceros del oficialismo, incluidos ministros de Estado y parlamentarios de la fuerza de gobierno, insisten en que las cifras indican que han mejorado parámetros como el porcentaje de egresados y se han abatido los índices de repetición en Secundaria, cuando lo que se ha hecho --como lo han mencionado voceros de gremios docentes-- es instruir a los docentes a que bajen las exigencias para evitar que queden alumnos repetidores. De esta forma se manipula la estadística ex profeso.
Es decir, que en lugar de plantearse la búsqueda de soluciones, se plantea quedarse con el mal menor, aunque se hagan trampas al solitario, y las deficiencias en formación hagan que ese alumno igualmente quede por el camino por no tener el nivel formativo mínimo, cualesquiera sean sus aspiraciones laborales en el futuro.
No es de recibo por lo tanto la promesa de llegar a un seis por ciento en los recursos, sin exigir la contrapartida de resultados y muy especialmente sin establecer evaluaciones a la tarea docente para quienes han recibido sustanciales mejoras, aunque sea por lo menos dar cuenta de los frutos de su tarea.
Pero como reza el refrán, para curar el mal primero hay que reconocer la enfermedad, por lo cual difícilmente el expresidente frenteamplista logre un cambio sustancial en la pisada de la educación, según se desprende de sus propias manifestaciones públicas. Y para poder exigir resultados y evaluar, primero se impone que se establezca un diagnóstico y objetivos claros, en lugar de solo buscar índices que den cuenta de resultados autocomplacientes. Es preciso determinar los objetivos de la educación que necesita el país, para luego diseñar los mejores instrumentos a efectos de obtener los resultados que se buscan.
Es por lo tanto una receta para tontos el seguir prometiendo dinero y más dinero, como si este sobrara y no hubiera también otras prioridades en el país, sin saber hacia dónde se quiere ir y para qué.
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