Paysandú, Viernes 07 de Marzo de 2014
Opinion | 07 Mar El pedido de Panamá a una reunión urgente del Consejo Permanente de la Organización de Estados Americanos (OEA) para tratar la situación imprerante en Venezuela y que se realizará el venidero jueves, provocó que el gobierno de Maduro de inmediato rompiera relaciones diplomáticas y comerciales con país de América Central.
Estos hechos no hacen más que aumentar la preocupación con la que desde el exterior se aprecia la situación interna de Venezuela, sin por eso se quiera intervenir en ese país soberano. Y eso aun cuando estamos ante un presidente, Nicolás Maduro, que como su antecesor, Hugo Chávez, cuenta con una historia plagada de intervenciones en políticas y cuestiones internas de otros países. No obstante, es obvio que en su país se encuentra en problemas que surgen desde dentro, no desde el exterior.
Para Uruguay --y para América Latina-- lo que está en juego hoy en Venezuela no es el apoyo o rechazo a un gobierno. Lo que está en juego es mucho más importante y profundo, ya que no tiene que ver con simples simpatías pasajeras, sino con las bases mismas de nuestra identidad y de la identidad latinoamericana.
Nadie puede dudar de la estrecha relación de ambos países, algo que supera en mucho a los gobiernos de turno. Nadie puede olvidar en Uruguay la generosidad con la que los venezolanos han refugiado a nuestros compatriotas en desesperada búsqueda de un segundo hogar.
Pero es claro que en Venezuela hoy se vive una crisis interna muy grave, con muertos y heridos, con ejercicio innecesario de la fuerza por parte del gobierno, con una prensa amordazada y censurada. Se podrá o no estar de acuerdo con el régimen chavista; pero no se pueden ocultar las violaciones a los derechos humanos en Venezuela --o cualquier otro país de la región-- porque eso significaría traicionar nuestra propia identidad latinoamericana.
La democracia no se agota en el momento electoral, donde Maduro resultó electo. Va mucho más allá. Se consolida y se profundiza a través de una cultura democrática que se tiene que encarnar en toda la sociedad, pero en particular entre los gobernantes.
No se trata tan solo de elegir gobierno; es una forma de vida. Y eso implica, entre otras cosas, que un gobierno elegido democráticamente no puede reprimir las opiniones de ciudadanos por el hecho de que esas opiniones sean disidentes, agitando banderas de imperialismo, fascismo o intervencionismo.
Y es tan claro, a vistas de la reacción de Maduro con Panamá y la OEA. Lo que este organismo quiere es que Venezuela acepte una misión de buena voluntad de personalidades latinoamericanas para ver y analizar en el terreno la situación y sugerir caminos de salida. Eso no puede tacharse de intervencionismo. Eso es, en estas horas difíciles del pueblo venezolano, desconocer la esencia misma de la democracia.
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