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Paysandú, Lunes 31 de Marzo de 2014

El verdadero celeste

Opinion | 26 Mar Uruguay es una nación. Puede parecer una verdad de Perogrullo, pero conviene recordarlo una vez más en la medida que con una población tan pequeña no logramos encontrar la voluntad colectiva que impulsa a cualquier nación, más allá de creencias, ideas y sentimientos. Una nación se fundamenta en verdaderos compromisos y negociaciones. Es un conglomerado de raíces, subculturas e intereses distintos. No se constituye meramente por un grupo de amigos, los miembros de una iglesia o de un partido político. Una nación está integrada por todos los sectores que aunque tienen formas diversas de interpretar la realidad y de aportar las soluciones a los problemas que se presentan, permanecen indisolublemente unidos por algo más que el “sabremos cumplir” del himno nacional. Unidos por el respeto a la opinión y acciones del otro. De los otros.
Hace doscientos años la causa de la libertad nos unió para construir un destino común. Pero hoy, cuando el horizonte colectivo apenas si se aprecia, cuando priman los intereses individuales, ese destino común aparece desdibujado. Hoy la gloria nacional se reduce a “la celeste”, a los resultados que un grupo de uruguayos pueden alcanzar en un deporte. La gloria nacional no está representada por nuestros científicos, por nuestros pensadores, por nuestros destacados profesionales en las muy diferentes áreas, por nuestros artistas, por nuestros escritores.
Hoy, doscientos años después, resulta imprescindible preguntarnos: ¿qué nos une? ¿Cuáles son nuestros valores en común? ¿Cuáles son nuestras creencias básicas? ¿Compartimos sentimientos que nos hermanan como miembros de una misma comunidad? ¿Somos verdaderamente una nación?
Nada malo hay con el deporte. Ni con el orgullo nacional representando ad eternum por Maracaná. Pero, más allá de eso, como nación no aparecemos realmente consolidados. País de dos mitades, de blanco y negro, de luz y oscuridad, de amor y odio, lo que uno defiende, casi como máxima deportiva, otro ataca.
En el estado actual en que nos encontramos, es vital y urgente reconstruir un marco de respeto y confianza, un ambiente en el que las disidencias no sean motivo para caratular al otro de malintencionado, vendepatria o traidor; terminar con la violencia verbal y aceptar que no hay dueños de la verdad, que nuestros juicios son relativos, parciales y, muchas veces, equivocados.
Quizás la crisis de confianza en la clase política, en un país eminentemente político-partidario, desde los tiempos en que el color partidario se heredaba de generación en generación, haya contribuido a esta crisis de respeto y confianza que –curiosamente-- se ha convertido en uno de los aspectos que mejor representan la uruguayez.
Quizás por ahí esté el camino a la nación de los abuelos. Que los principales referentes políticos, económicos y sociales dejen atrás sus veleidades y divisiones para que en un acto de genuino patriotismo actúen como motor integrador hacia un futuro de esperanza. Toda celeste.


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