Paysandú, Miércoles 02 de Abril de 2014
Opinion | 28 Mar El año pasado Uruguay destinó 4,535% para la Educación, porcentualmente menos que en 2012 (4,596%), pero que en la práctica significó 218 millones de dólares más. Esto ocurrió porque el Producto Bruto Interno (PBI) aumentó de 46.000 millones de dólares en 2012 a 51.500 millones de la misma moneda en 2013. De todas formas, aun falta para alcanzar el mínimo del 6% requerido por los gremios docentes.
Queda mucho por hacer sin dudas en ese terreno. Lo más evidente es que hay una oferta de empleo que no puede ser satisfecha por la falta de capacitación. Hay determinados trabajos para los cuales muy pocos uruguayos están capacitados, lo que expone con claridad que si bien seguimos siendo letrados, no invertimos como sociedad el tiempo, esfuerzo y disposición necesarios para enfrentarnos a los desafíos de una sociedad en la cual la tecnología es el motor.
Y sin embargo, ese quizás no sea el problema clave de la Educación. Si bien nuestro país tiene mucho por mejorar en este campo, valorando los esfuerzos que se hacen con la creación de nuevas carreras, la Educación no pasa solo por la capacitación en tal o cual carrera.
Hoy se hace dificultoso transmitir de una generación a otra valores y reglas de comportamiento. Lo saben bien los padres de familia, los docentes, y todos los que tienen responsabilidades educativas directas. No alcanza con una mera transmisión de contenidos, en un mundo donde en una sola generación se enfrentan cambios y evoluciones bruscas. Porque lo perenne es --debería ser-- lo que sustenta la sociedad, lo que constituye lo que los abuelos solían denominar “personas de bien”.
Hoy la sociedad ha reducido sus exigencias, es suficiente que un joven pase de año apenas con la calificación mínima, se toma como normal al grupo de los Ni-Ni. La atmósfera de mediocridad que nos cubre, parece la normalidad. Pero no. Más allá que tengamos acceso a elementos tecnológicos no imaginados 500 años atrás, nos falta una comprensión global, conocimientos generales de la historia del ser humano y hasta nos falta una capacidad léxica media.
Más allá de la importancia de la familia en el aprendizaje de valores, en la formación conceptual del ser humano, es indudable que tenemos que hacer valer la docencia, así como velar por que todos los niños puedan tener acceso a un educador bien capacitado y mejor motivado.
En la sociedad con mayor desarrollo tecnológico de toda la historia humana, la verdadera lucha no es precisamente que todos sepamos leer y escribir. El verdadero analfabetismo hoy es la instrucción del ser humano. Y eso es mucho más que simplemente que sepa leer y escribir. El ser humano no podrá considerarse completo en tanto no se le enseñe a respetar, a nutrir su vida de pensamientos y razones, a tener un juicio crítico y a poder disfrutar aprendiendo. De otra forma, en un mundo de consignas, estaremos ante una nueva --y mucho más siniestra-- forma de esclavitud.
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