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Paysandú, Jueves 10 de Abril de 2014

PEQUEÑO TERREMOTO EN CHILE

Cómo vivir donde se mueve el piso

Locales | 06 Abr (Por Horacio R. Brum). “Pequeño terremoto en Chile. No hay muchos muertos”. El titular publicado por el Times de Londres a principios del siglo XX, que resume la indiferencia hacia nuestros países de los medios del mundo desarrollado de la época, bien puede servir para reflejar el acostumbramiento a los sacudones del suelo que se adquiere después de haber vivido muchos años en este país.
Chile tiene una loca geografía, al decir de Benjamín Subercaseaux, uno de sus más importantes escritores: arrinconado entre los Andes y el Pacífico, mide 5.500 kilómetros de norte a sur, pero no alcanza los 300 kilómetros de ancho y en el extremo sur de la Patagonia que comparte con Argentina apenas hay menos de cinco kilómetros entre la frontera y el mar del estrecho de Magallanes. En escala uruguaya, el largo del territorio chileno es nueve veces la distancia Montevideo-Artigas, en tanto que el ancho mínimo no es más que el recorrido desde el centro de Paysandú hasta el puente internacional.
Viajar en ómnibus desde Santiago hasta Arica, una de las ciudades del norte afectadas por el terremoto de esta semana, toma un día entero e incluso en avión se demora casi el doble del tiempo de viaje Santiago-Montevideo. Por eso, y aun en esta era de las comunicaciones, no siempre se sienten de inmediato las repercusiones de lo que ocurre en una punta u otra del país. Este corresponsal, por ejemplo, se enteró del terremoto del martes casi por casualidad, cuando seleccionaba algún canal de cable, para evitar la usualmente aburrida y mediocre televisión abierta chilena. En la capital no se había sentido ninguna vibración que le hiciera ponerse rápidamente en uno de los puntos seguros del departamento, debajo de las vigas maestras que soportan la estructura principal del edificio, y no tuvo necesidad de recurrir al contenido de la caja metálica roja guardada en un lugar de la casa de fácil acceso, la cual contiene velas, fósforos, algunas provisiones enlatadas, una linterna y una radio a pilas, además de una cuerda reforzada, lo suficientemente larga para descolgarse del balcón del segundo piso hasta el jardín del edificio, si se traban las puertas.
En esta oportunidad, las noticias de los medios resultaron ser más impresionantes que la realidad, porque no se produjo el gran terremoto que se espera desde hace muchas décadas en el norte, y porque a raíz de esa espera, la gente está acostumbrada a realizar ejercicios de evacuación. De los seis muertos registrados, sólo dos fueron víctimas directas, por derrumbamiento de paredes, otros tres murieron por paros cardíacos provocados por el susto y uno en un accidente de la evacuación. Además, la marejada o tsunami no pasó de los tres metros y solamente causó daños en algunas caletas de pescadores. Las imágenes que pueden haber salido al extranjero, sobre todo en la televisión, que suele privilegiar lo espectacular a expensas de la precisión, corresponden a casos muy específicos y de ninguna manera puede hablarse de destrucciones masivas. Las escasas viviendas derrumbadas, por ejemplo, eran construcciones más bien precarias; los botes pesqueros hundidos o depositados en la costa por el mar fueron salvados en su mayoría al día siguiente y las ciudades volvieron a la normalidad antes de las 48 horas.
Lo que este sismo demostró es que una población bien preparada y alerta se comporta mejor en las emergencias. Antes de febrero de 2010, la gente del sur ni siquiera se planteaba la posibilidad de un terremoto y las mismas autoridades parecían haber olvidado que tales fenómenos existían. Solamente después de esa catástrofe, por ejemplo, empezaron a aparecer en los edificios públicos, aeropuertos, escuelas y lugares similares, los letreros indicativos de las salidas de emergencia, los planos de evacuación y los símbolos que demarcan las zonas de seguridad.
De todos modos, se volvieron a repetir fallas en los sistemas de comunicaciones, que a su vez denotan algunas de las carencias del país. La red norteña de teléfonos celulares colapsó, lo que dejó sin posibilidad alguna de comunicarse a buena parte de los habitantes de la zona. Como ocurrió en 2010, la red fija se mantuvo funcionando, pero ya son cada vez menos los chilenos con teléfono fijo, no precisamente por el amor a las nuevas tecnologías, sino porque no pueden pagar el cargo mensual de hasta 25 dólares, excluyendo las llamadas. Con frecuencia las autoridades exhiben con orgullo la cifra de poseedores de celulares, que es la más alta de América Latina. El problema es que alrededor del 80% de esos aparatos funcionan con tarjeta, porque tampoco son muchos los usuarios que están en condiciones de pagar la cuota mensual de un plan.
Por ahora, el titular del Times sigue vigente y este corresponsal sólo acomoda la almohada y sigue durmiendo, si la cama vibra por la noche, pero en la opinión de los especialistas del centro sismológico de la Universidad de Chile, lo peor todavía no ha llegado a la zona norte y no se puede predecir si llegará mañana, dentro de unos días o cuando sean adultos los niños que en la noche del martes salieron ordenadamente de sus casas, abrazando gatos, peluches y juguetes. Esa es la incertidumbre que da la Tierra a este país de loca geografía.


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