Locales | 16 Abr No es un esfuerzo menor levantarse temprano cualquier día de la semana de turismo si no hay necesidad de trabajar, pero crea que vale la pena si lo hace para visitar el pueblo Casa Blanca, una pequeña localidad de unos 400 habitantes pero con una historia y una arquitectura muy ricas, que invitan a conocer.
El recorrido parte con bastante puntualidad desde plaza Constitución y el ómnibus dispuesto por la Intendencia no demora más que 20 minutos en cubrir el trayecto hasta la localidad. La llegada a Casa Blanca es a La Isla, donde quincenalmente funciona una sala de cine, que en este caso sirvió para proyectar un video introductorio que explica la íntima relación que existe entre esa población y la industria de la carne desde los albores del siglo XIX, cuando Juan María Almagro de la Torre explotaba unas 200 mil hectáreas e instaló el primer saladero de la región, hasta la actualidad, en que el frigorífico Fricasa S.A. emplea directamente alrededor del 70% de los habitantes del poblado.
Justamente el establecimiento industrial es la segunda parada en el trayecto. No está permitido tomar fotos en la planta, pero el recorrido permite conocer bien de cerca -casi que por dentro diría- una planta de faena de primer orden que produce carne para destinos tan lejanos como los Estados Unidos o China.
La semana pasada la empresa llevó a cabo una exportación en contenedores desde el puerto de Paysandú, acompasando los tiempos de reactivación que vive esa terminal de carga. En el pasado la historia era otra, ya que justamente el lugar de instalación del saladero fue elegido por ser un sitio con profundidad suficiente como para establecer un muelle de carga, donde se embarcaba la carne procesada –salada- e incluso se recibían reses para la faena. El muelle no solamente sigue en pie sino que se puede transitar en su totalidad aunque con sumo cuidado, dado que no cuenta con barandas de protección.
Saliendo del muelle la recorrida incluye la visita a la magnífica casona Los Cuatro Vientos. Ubicada en un lugar donde siempre existieron construcciones destinadas a alojar a personal del saladero; hoy es la residencia del presidente del directorio de la empresa Fricasa S.A, Eugenio Schneider y su familia. Adentro se puede apreciar un mobiliario perteneciente al expresidente de la República Juan Lindolfo Cuestas, excelentemente conservado y una terraza con privilegiada vista al río.
Luego de la casona la recorrida transcurre entre las viejas casas del poblado, algunas de las cuales han sido reformadas a partir de la venta que se hizo a sus ocupantes, luego que la empresa redujera una deuda bancaria con esos inmuebles y que éstos se colocaran a través del Ministerio de Vivienda a mediados de la década pasada. Antes de ello Casa Blanca era un pueblo privado. Muchas de las fincas lucen vistosos murales, fruto de una intervención realizada por estudiantes universitario, que también dejó otros coloridos recuerdos, apreciables en la visita.
La próxima detención será en el “quincho” del Club Casa Blanca, donde fuimos sorprendidos por los alumnos de El Aula, un proyecto educativo impulsado por el frigorífico, que propone diferentes actividades –plástica, equitación, música, teatro y danza- que complementan la instrucción escolar y liceal (en la escuela se puede cursar 7º, 8º y 9º). Los jóvenes realizaron una obra de teatro cuyo libreto consiste en una adaptación de relatos del inolvidable Julio César Castro, Juceca, y su irreverente boliche El Resorte, con toda la plana de personajes.
Seguimos caminando, ahora rumbo al pueblo bajo, sitio de las construcciones civiles más antiguas de la localidad.
Allí se destacan la capilla Santa Ana, construcción de 1886, y La Pulpería, donde hoy funciona un restaurante con un ambiente muy logrado y donde deslumbra la presencia de un instrumento musical, una suerte de arpa con teclado, que -las guías explican- se denomina clavicytherium, y fue construido artesanalmente por encargo en los Estados Unidos y es ejecutado allí los fines de semana durante las cenas en conciertos de música barroca.
Por la ventana de La Pulpería se intuía otra excelente vista al río Uruguay, que el grupo pudo luego disfrutar desde el patio del local mientras esperó por el ómnibus que nos trajo de regreso a la plaza Constitución, a la que arribamos poco antes de las 14.