Opinion | 23 Abr Se conmemora hoy el Día Mundial del Libro y del Derecho de Autor de la Unesco, recordando que en 1616 fallecieron Miguel de Cervantes Saavedra, William Shakespeare y el Inca Garcilaso de la Vega. A pocos días, precisamente, que el mundo derramara una lágrima por el fallecimiento de Gabriel García Márquez, ocurrido hace pocos días, el 17.
La celebración de este día fue una decisión espontánea tomada en la Conferencia General de la Unesco que se celebró en París en 1995, para rendir un homenaje universal a los libros y autores.
En Uruguay, de acuerdo a un informe del Centro Regional para el Fomento del Libro en América Latina y El Caribe (Cerlalc) del año pasado, en el 57% de los hogares uruguayos hay al menos 50 libros. Al mismo tiempo, hay cuatro bibliotecas públicas cada 100.000 habitantes. Pero el 34% de la población no lee. Y entre quienes leen, la mayoría lee diarios para mantenerse informado de los temas de actualidad. La falta de tiempo se señala como principal causa para no leer más. No obstante, sí parece que hay tiempo para disfrutar de la televisión o de las posibilidades de Internet.
Entre los que leen, el 70% del mercado se define por autores extranjeros y el restante por uruguayos. Entre los extranjeros predomina la ficción, en tanto entre los nacionales se prefiere la historia reciente, política, investigaciones periodísticas, biografías, fútbol, humor y psicología.
El exdirector general de la Unesco, Koïchiro Matsuura, dijo hace pocos años que “el libro es ante todo obra de la inteligencia, la creatividad y la cultura humanas: por ello enriquece el patrimonio inmaterial de la humanidad”. Afirmó que también es una “ventana abierta a la diversidad de las culturas y puente tendido entre las civilizaciones, vector de valores, de saberes, del sentido estético y de la imaginación”.
Le asiste mucha razón. Y además de todo eso, el libro es una notable herramienta de alfabetización, de construcción ciudadana y de construcción de la paz.
Pero con todo eso a favor, paulatinamente, viene perdiendo terreno, ante la urgencia de una sociedad mundial que cada vez necesita más tiempo para trabajar y, por ende, pierde espacios de reflexión, de pensamiento, de esparcimiento creativo.
Nuestro país sigue la corriente internacional, perdiendo lectores. Las bibliotecas suelen ser desolados lugares donde apenas unos pocos deambulan por sus pasillos y salas. Lo que falta es incentivar la lectura desde todos los ámbitos y a toda edad. No solamente cuando niños, a toda edad.
Se hace necesaria una política general, también desde todos los ámbitos. Desde el gobierno nacional, desde los departamentales, desde los locales. Y no sólo desde los gobiernos. Desde los hogares también. Está bien leer diarios y mantenerse informados. Pero no es suficiente. Los libros no muerden. No atacan. Por el contrario, son mejores amigos.