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Paysandú, Miércoles 30 de Abril de 2014

Atrapados en lo virtual

Opinion | 30 Abr En 1839, Robert Cornelius, un pionero estadounidense de la fotografía, realizó un daguerrotipo de sí mismo, el primer autorretrato fotográfico que se conoce. Actualmente, millones de personas en todo el mundo se toman diariamente autorretratos en las más dispares situaciones. A Cornelius le tomó un minuto y medio sacarse su foto, pero hoy todo ocurre en apenas un instante.
Hoy se las conoce como “selfies” y hasta en la ceremonia de los premios Oscar, varias estrellas se sacaron una en conjunto. La facilidad de enviar una foto a cualquier parte del mundo en instantes, a través de aplicaciones como Whatsapp o Viber, ha profundizado su uso, pues amigos virtuales al otro lado del planeta pueden compartir instantes de nuestras vidas a través de las “selfies”.
El notable desarrollo de los teléfonos inteligentes (smartphones), no obstante, no va acompasado por el buen criterio de los usuarios que no siempre toman en consideración reglas de comportamiento, la posibilidad de compartir con quienes están reunidos, o los peligros a que nos podemos exponer. Los smartphones pueden comunicarnos con el mundo. Es un impresionante avance si solamente lo comparamos con las posibilidades de la generación anterior.
Pero, por muy complejas razones, poco a poco comienzan a dominar nuestra existencia. Un caso fatal ocurrió hace pocas horas en North Carolina, Estados Unidos, cuando Courtney Ann Sanford, una joven de 32 años se tomó una “selfie” y agregó un comentario diciendo que estaba feliz, como la canción que estaba escuchando (“Happy”, de Pharrell Williams). Pudo subirla a Facebook, pero fue lo último que hizo pues en los instantes posteriores su automóvil cruzó a la senda contraria y produjo un accidente que terminó con su vida.
Sin llegar a situaciones tan desafortunadas, es indudable que el uso extendido de redes sociales a través de Internet, cambia nuestra manera de relacionarnos con nuestro entorno y con el mundo. Hay como una necesidad de exponernos, de dar detalles de nuestra existencia diaria, de leer lo que otros opinan de nuestras acciones. No importa tanto que nuestra familia comparta nuestros logros y sueños. Parece más importante lo que los amigos virtuales puedan opinar.
No obstante, por mejores que sean las condiciones tecnológicas a nuestro alcance, la vida sigue estando en la realidad, no en los muros y páginas de las redes sociales o de otros sitios de Internet. Nada supera el abrazo de los hijos, los amigos, la pareja. El cielo despejado, la caricia de la brisa.
Quizás dentro de unos cuantos años por venir, el ser humano ya no se cuestionará la forma en que interactúa con el mundo virtual, porque para entonces habrá encontrado la manera de darle su justo espacio. Pero hoy, aun embelesados y encandilados, aun descubriendo las posibilidades de cada nuevo lanzamiento tecnológico, no tenemos la posibilidad de tomar debida distancia y separar lo nuevo de lo realmente importante, que no es otra cosa que vivir y –especialmente-- convivir.


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