Paysandú, Domingo 04 de Mayo de 2014
Opinion | 30 Abr Por cierto que más allá de los abrazos de ocasión que se prodigan en cada encuentro, los enunciados y las afinidades político-ideológicas, el gobierno de José Mujica se las ha visto negras en la relación con su contraparte de Cristina Fernández, primero, porque desde Buenos Aires se sigue considerando a nuestro país como si fuera una provincia más y se pretende ejercer un control con reprimendas “paternales”, y segundo, porque no menos importante es que el Uruguay y sobre todo muchos de los exportadores se han jugado sistemáticamente a venderle al vecino mercado, por su cercanía y posibilidades.
Ante una realidad que rompía los ojos, y a fuerza de “revolcones”, Mujica giró la cabeza hacia el norte, hacia el Brasil, y en viaje a Brasilia anunció que Uruguay redireccionaba sus lazos comerciales para subirse al “estribo” de Brasil, una nación de enorme potencial, en plena expansión como economía emergente, e integrante de las BRICS con Rusia, India, China y Sudáfrica, que apuntaban incluso a cortarse solos.
Pero justificadamente, muchas voces señalaron en ese momento que pese a la política proteccionista de Argentina, que ha cerrado sus importaciones tanto desde Uruguay como desde otros países, Brasil es un país poco confiable por su imprevisibilidad, teniendo en cuenta incluso antecedentes cercanos, como la maxidevaluación del real de 1999, que dejó el tendal de empresarios uruguayos por el camino, y que estaban plenamente jugados a ese mercado, y terminó de destruir lo que quedaba de la industria argentina, dando lugar así a una crisis que fue la antesala de la debacle que registró Uruguay pocos años después.
Pero Mujica evaluó que no había mejores alternativas que Brasil, ante el problema argentino y el deterioro del Mercosur, que sigue hasta hoy, por lo que se apresuró a establecer contactos con el vecino gobierno para acompañarlo en su irrupción “triunfal” en el mundo, y aprovechando también afinidades ideológicas primero con el expresidente Lula y con la actual mandataria Dilma Rousseff. Sin embargo, no todo lo que reluce es oro, porque además de la imprevisibilidad brasileña en la relación comercial bilateral, se han agregado problemas internos que han demostrado que el crecimiento norteño se ha debilitado sustancialmente, que se ha terminado o reducido el dinero del Estado con el que se apoyó selectivamente a determinados sectores para que ampliaran su producción y subsidiar fuentes de trabajo, y que en lugar de desarrollarse, sigue siendo un diamante en bruto, que nunca termina de tallarse y pulirse.
El gobierno de Uruguay tenía muchas esperanzas depositadas en la relación con Brasil, e incluso al principio en ancas de afinidades ideológicas, gracias a la voluntad política del vecino gobierno se resolvieron algunas diferencias que permitieron concretar el postergado intercambio comercial en el sector automotor, pero otros temas se enlentecieron o quedaron decididamente estancados.
Es que una cosa son las guiñadas y las señales amistosas de gobierno a gobierno y otra cosa es cuando se entra en el conflicto de intereses, pese a que la pequeñez de Uruguay hace que nuestras producciones apenas pueden llegar a producir cierto impacto en algunos nichos de mercado puntuales y muy reducidos. En este contexto, ambos gobiernos firmaron a mediados de 2012 un documento que fuera denominado como “nuevo paradigma” de relación bilateral, y se formó incluso un grupo de alto nivel bilateral denominado GAN, integrado por jerarcas de ambos gobiernos para la coordinación e instrumentación de acuerdos, con el objetivo sobre todo de establecer metas concretas y fechas para su cumplimiento.
Entre otras alternativas, se ha apuntado a la libre circulación de personas entre Brasil y Uruguay, además de acuerdos para impulsar el intercambio industrial, lo que se trató a la vez de consolidar mediante sucesivas reuniones ante los mandatarios y los cancilleres de ambos países.
Pero desde entonces hasta ahora las concreciones han brillado por su ausencia y aunque jerarcas del gobierno uruguayo insisten con que hay que tener paciencia, el punto es que Mujica ve como se termina su gobierno y que el “estribo” cada vez está más alto para poner un pie, sin lograr las concreciones anunciadas. El acuerdo para libre circulación está trancado, como así también la validación de títulos y exigencias para trabajo, aunque en la Administración Mujica se ha transmitido la expectativa de que en mayo puedan firmarse avances en materia de complementación productiva y libre circulación.
Tampoco ha sido posible obtener el apoyo que se creía ya como un hecho para financiar un puerto de aguas profundas en Rocha, porque todo indica que los intereses brasileños no conjugan con este proyecto, como tampoco cierra a los exportadores uruguayos el hecho de que Brasil suele ser muy abierto a las importaciones desde Uruguay, manteniendo la tradicional “imprevisibilidad” que obliga a las empresas uruguayas ser muy cautelosas en sus negocios con el país norteño.
Sin dudas, cuando el mercado regional es complicado y el Mercosur no funciona --por más que ahora se perciba como cercana la firma de acuerdo entre bloques con la Unión Europea--, más que nunca surge el convencimiento de que no hay paradigmas a seguir en la región, y que debe inscribirse en la diversificación de mercados, en la firma de tratados de preferencia bilaterales, como una forma de zafar de un corsé regional teñido de buenas intenciones, de anuncios y de “palmaditas”, pero de muy escasos logros para exhibir.
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