Paysandú, Martes 06 de Mayo de 2014

El mal menor

Opinion | 06 May En unos seis meses a partir de hoy --días más o menos según el clima y suponiendo que la plantación sea a cubierto-- Uruguay estará recogiendo su primera cosecha “legal” de Cannabis Sativa con la que, unas semanas después, se surtirán las farmacias para que quien lo desee compre marihuana. Serán meses de expectativa para una parte de la población uruguaya, si la cosecha es buena, si rinde las 20 toneladas que se supone, si el “cogollo” está a punto para un mejor rendimiento. Y, más allá de las opiniones que tenga cada ciudadano, el tema no será si sí o no. Habrá que encararlo como “el mal menor” o “la expresión de libertad individual”, según el punto de vista. Porque todo es relativo.
En definitiva, la marihuana --según la mayoría de las expresiones científicas-- es una droga moderada, equiparada al alcohol y el cigarrillo --aunque este último no produce efectos psicoactivos--, que están reconocidas como “drogas sociales”. Y son sociales porque la sociedad las ha aceptado, aunque ahora se vislumbre una resistencia mayor al consumo excesivo de esos productos.
Y afirmamos que todo es relativo porque depende con qué se lo relacione. Por ejemplo, para una persona que no ingiere más que productos naturales, hasta una gaseosa es mala, aunque probablemente tome una copa de vino, lo que para un abstemio también es malo. Y podemos relacionar a la marihuana con el alcohol, porque dicen que sus efectos sicológicos o sicosomáticos son similares.
Siguiendo con la comparación, hasta la aprobación de la ley y hasta hoy que entra en vigencia plena, la marihuana estaba en una situación como la “ley seca” que se impuso en la década de 1920 en Estados Unidos para impedir la venta de alcohol. Y aún en aquellos tiempos en la potencia más importante del mundo los ciudadanos que querían beber conseguían lo que buscaban gracias al accionar de la mafia, que se enriqueció infinitamente con la prohibición y a su vez derramó hectolitros de sangre de los que se les cruzaran en el camino. Y quienes acostumbraban a tomar más de la cuenta, siguieron siendo tan alcohólicos como antes, aunque pagando más caro un producto fabricado clandestinamente y de muy mala calidad, muchas veces hasta tóxico.
Y algunos del FBI, algunos policías y “Los Intocables” de Elliot Ness lucharon valiente y denodadamente para que el ilegal alcohol no corriera por las calles de Estados Unidos, ni por la garganta de sus ciudadanos. Pero todo fue en vano: el alcohol existía, era socialmente aceptado y tenía demanda. Hasta que en 1933 --solo 13 años después de impuesta-- la ley seca se derogó. Así los ciudadanos tomaron un alcohol de mejor calidad, libremente, y sin embargo no hubo más alcohólicos que en el período anterior. Sí menos violencia, y menos hipocresía.
Independientemente de si usted va a fumar o no marihuana y la acepta o no, la relación es la misma. La aprobación legal de su plantación y consumo no hace más que reconocer lo que la sociedad ya --y desde hace años-- hace aún sin permiso. Y como en el caso de las tristes destilerías clandestinas escondidas en sótanos y produciendo alcohol de maíz, trigo o cebada sin ningún tipo de control, hay marihuana producida en el exterior, ingresada ilegalmente y “cortada” con cualquier cosa (se dice que hasta ácido de batería usan para formar el “ladrillo”) que después ingresa en los pulmones de miles de uruguayos, jóvenes, maduros y viejos. Menores inadaptados, “de familia”, gente común y hasta en algunos casos de hombres de bien, inteligentes y reconocidos por la sociedad.
Porque no hay que hacerse trampa al solitario, el consumo de marihuana está generalizado y no diferencia edades, educación o poder adquisitivo. Hasta ayer, la marihuana que miles de uruguayos compraban era, seguramente, un mal producto que afectaba gravemente la salud. Como el alcohol clandestino en la ley seca estadounidense.
No es cuestión de fomentar la inhalación de marihuana, como tampoco debe hacerse en el caso del cigarrillo o la ingesta de alcohol. La cuestión es que, como en el caso de las otras dos drogas sociales, ahora el consumo --y los consumidores-- de marihuana deben ser controlados. Es de suponer que el mercado estará controlado, o al menos habrá una competencia de mejor calidad que limitará el negocio de los nóveles gangsters, para que no sigan enriqueciéndose a costa de la salud de sus clientes. Eso a su vez permitirá que el Estado dirija las baterías del Ministerio del Interior a controlar verdaderos delitos. Uruguay está innovando socialmente, y como todo cambio o puesta al día, cuesta. Si se respeta la ley y su reglamentación, este puede ser un cambio que al regular, mejore la situación de quienes fuman marihuana, sin que necesariamente sea la antesala de la autorización de otras drogas pesadas. Como todo en una sociedad, depende de cada uno de sus integrantes. Habrá quienes “vivan drogados” tal como existen los alcohólicos irrecuperables; quienes se “fumen uno de vez en cuando” y los que lo rechazarán de plano. Y como con el alcohol, de seguro no serán todos “drogadictos” solo porque se pueda comprar en la farmacia. Corresponde entonces una mirada --que siempre es relativa-- de cuál es el mal menor y hasta dónde el Estado debe inmiscuirse en las libertades individuales. Porque también se trata de eso.


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