Paysandú, Miércoles 07 de Mayo de 2014
Opinion | 05 May En toda coyuntura, pero sobre todo en el caso de un país que como el Uruguay necesita acompañar el crecimiento con desarrollo, un desafío insoslayable, que no es cosa de un período de gobierno ni de dos, pasa por una mejor educación y capacitación, lo que se traduce en poner el conocimiento al alcance de las nuevas generaciones para contar con un instrumento fundamental en apoyo al desarrollo y la mejora de la calidad de vida de la población.
Se trata de la incorporación de valor agregado, que es un aspecto decisivo en el caso de las pequeñas economías como la uruguaya, que necesita establecer un valor diferencial más allá de su perfil de exportador de “commodities” y a la vez captar inversiones de empresas que necesitan técnicos y mano de obra capacitada como condición indispensable para instalarse y eventualmente reinvertir.
Y si bien Uruguay tiene ventajas naturales para estas producciones primarias, a ello debe agregarse el capital humano indispensable para potenciar atractivos y recibir inversión, lo que es impensable de lograr si en Uruguay no se encara de una buena vez una reforma de la educación en todos sus niveles, en un marco de modernización y universalización que no implique seguir cayendo en calidad.
Y todo intento que se haga por supuesto que no encaja en la esencia de la Ley de Educación, aprobada durante la administración de Tabaré Vázquez, que solo distribuye el poder en el gobierno de la enseñanza, y que surgió de la presión de las gremiales del sector luego de asambleas en las que solo participaron los directamente interesados, con la población y los destinatarios de la educación al margen.
Entre otros aspectos no menores, es imprescindible contar con una enseñanza técnica y universitaria a tono con los tiempos, libre de prejuicios ideológicos como el intento de mantener la omnipresencia y exclusividad del Estado en áreas en las que es posible y más aún necesario contar con el aporte privado, incluyendo la participación de empresas para invertir en la formación del capital humano que se requiere, teniendo en cuenta que son las demandantes de mano de obra y especialmente de personal calificado . En este sentido, lejos de actualizarse, nuestro país se ha mantenido aferrado a los viejos moldes y al mismo tiempo perdiendo sistemáticamente calidad, lo que además va de la mano con la pérdida de valores en la sociedad.
Sobran ejemplos en el mundo sobre lo que debería hacerse para ponernos a tono con los desafíos de estos tiempos, y uno de ellos se da en países emergentes como la India, que ya ha logrado encaminarse en la senda del desarrollo, pese a sus carencias y grandes contradicciones, al haber multiplicado en los últimos años su Producto Bruto Interno, mediante inversión extranjera que ha ido de la mano con la incorporación de infraestructura y mejora de la calidad de vida de amplios sectores de la población.
Entre otros factores, se ha logrado incorporar este escenario en la nación asiática porque se han establecido objetivos claros que se han incorporado ya como políticas de Estado, que es la única forma en que se pueden obtener resultados a mediano y largo plazo por encima del partido que esté en el gobierno y para lo que naturalmente es preciso un consenso político ante el imperativo del bienestar común.
En este esquema es que resulta imprescindible consolidar un pilar básico para el desarrollo, como el contar con un buen nivel de educación superior, capital de riesgo disponible y ciudadanos emprendedores, pero con el sostén y el elemento catalizador que constituye una educación terciaria que fomente la combinación del conocimiento teórico con su aplicación práctica, lo que en gran medida no se da en nuestro país, al contar con una educación de perfil humanista y teórico en lo que respecta a la educación secundaria, cuando además por muchos años se tuvo a la enseñanza técnica como la cenicienta de la educación.
Pero a su vez otro elemento necesario pasa por promover desde el Estado instrumentos que promuevan la creación de fondos de riesgo, públicos y privados, que generan las condiciones para el desarrollo de emprendimientos de pequeña envergadura en principio, pero con buenas perspectivas de crecimiento.
Y un sector privado que es por esencia motor del desarrollo y la inversión, resulta impensable que pueda embarcarse por sí solo en estos riesgos si a la vez no se cuenta con instrumentos como mayores incentivos fiscales para las inversiones en conocimiento y emprendimientos que sustenten el desarrollo, además de una legislación más eficaz para proteger la propiedad intelectual y para estimular al máximo la participación de profesionales y emprendedores que se vuelquen a este tipo de emprendimientos.
Pero debe tenerse presente asimismo, que aún en la era del conocimiento no todo pasa por este factor, sino que hay que acompañar la capacitación con otros instrumentos, promoviendo por ejemplo el espíritu emprendedor de las nuevas generaciones, dejando atrás el viejo precepto de acceder al puesto público de por vida y en cambio promover el acometimiento empresarial.
Es que este es un camino clave y diferenciador para generar riqueza, puestos de trabajo genuinos y enriquecedor de la trama socioeconómica del país, con la premisa de estimular el espíritu de superación, en lugar de hacer un culto de la mediocridad y la pobreza, como si fuera un mérito.
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