Paysandú, Sábado 10 de Mayo de 2014
Opinion | 08 May En una línea que ya es tradicional en determinados actores, la secretaria general de la Asociación de Maestros del Uruguay (Ademu), Raquel Bruschera, afirmó que parte de la responsabilidad por los hechos de violencia contra docentes está en los políticos, quienes “han abonado a que pasen estas cosas”. Agregó que hoy en día existe también “toda una situación social para que haya violencia por todos lados. La escuela no escapa a esa realidad”, aludiendo a un reciente episodio en una escuela pública de Montevideo, en la que la madre de un escolar agredió a una maestra a puntapiés en el piso, ocasionándole incluso graves lesiones en la cara, por lo que debió quedar internada.
El sindicato de maestros de Montevideo decidió que ante futuras agresiones a educadores se va a realizar un paro inmediato de actividades y que los docentes portarán un lazo azul en rechazo a la agresión sufrida por la maestra en una escuela del barrio Belvedere.
Interrogada al respecto, y teniendo en cuenta que con esa decisión miles de alumnos se verán afectados, la secretaria general de Ademu indicó a El Espectador que se trata de “una medida de solidaridad”, y reflexionó que “un maestro agredido somos todos, es una agresión a toda la escuela. Entendemos que en esto está en juego la solidaridad entre los trabajadores, hoy le toca a esta maestra pero otro día me puede pasar a mí”.
Consideró que en el caso de la docente de Belvedere “la Justicia actuó rápidamente porque la noticia tomó estado público” pero que “en casos anteriores las denuncias se archivaron”.
A la vez acotó que esta violencia en los centros de estudio se está dando en forma creciente: “son episodios que se dan en cualquier escuela y en distintos contextos, las agresiones no son sólo físicas sino verbales y amenazas”, y evaluó que en este escenario juega “un desprestigio hacia la función docente, en donde se intenta culpabilizar a los maestros sobre varias cuestiones. Hablo de la dirigencia política, no de todos los dirigentes, que han abonado a que pasen estas cosas. Como si el maestro es alguien al que puedo decirle cualquier cosa”.
El caso que se ha dado en la escuela capitalina es apenas una gota en un mar de situaciones similares, por lo general de menor gravedad que en este hecho puntual , que se da a lo largo y ancho del país, pero sobre todo en los centros docentes urbanos, que es a la vez reflejo de una situación social que tiene como común denominador la degradación de valores, entre los cuales la intolerancia y un déficit en educación en el seno de la familia que se traduce en agresiones verbales y físicas, en un alto porcentaje.
La escuela precisamente es receptora de esta realidad social, como también lo son posteriormente los liceos, donde no solo se da con mayor frecuencia el “bullying” entre niños y entre adolescentes, sino que también muchas veces hay agresiones entre los padres, más allá de los reclamos airados ante los docentes, y en presencia de los propios niños y alumnos liceales, por añadidura.
Por lo demás, esta intolerancia y violencia exacerbada, solo genera reacciones similares y una extensión del fenómeno a otros sectores de la sociedad con otra formación cultural, al fin de cuentas, incluso hasta el propio cuerpo docente, que por lo demás tiene que lidiar en un alto porcentaje con niños díscolos, poco apegados al estudio y provenientes de hogares con valores devaluados, a lo que se agrega en muchos casos de parte de algunos de los maestros poca dedicación y valoración de su profesión, capacitación insuficiente y falta de vocación, como elementos negativos de la ecuación.
Es impensable que este divorcio, diferencias y desdibujamiento de objetivos, prioridades y valores, así como de disposición para superar diferencias sin apelar a métodos extremos está instalado en un alto porcentaje de nuestra sociedad, y estamos ante una de las manifestaciones de un conflicto muy profundo que va enraizado con el proceso de cambios que traen aparejados los nuevos tiempos, que conllevan evolución en determinados planos e involución en otros.
El conflicto seguramente parte de los problemas que surgen en los propios hogares, en las relaciones humanas, en necesidades insatisfechas y crecientes dificultades no solo para la relación entre personas sino para acceder a determinados bienes de consumo, como los aspectos más comunes, y todo ello se manifiesta en un alto grado de intolerancia a la frustración, como una de las causas principales del deterioro a que hacemos referencia.
Naturalmente, este es apenas un abordaje tangencial del escenario de nuestra sociedad, que es mucho más complejo en sus matices y tramado, que requiere por lo tanto respuestas desde diversos ángulos, y que no será tarea de un día ni de un período de gobierno, sino de un proceso de años, que pasa por más y mejor educación, como uno de los pilares fundamentales, así como la generación de oportunidades. También en gran medida por cambiar el mensaje de los gobernantes, que se basa sólo en reclamar y satisfacer derechos, al precio que sea, pero sin hacer hincapié en la contrapartida de deberes y responsabilidades, que es además por donde pasa el mayor déficit en la formación cultural.
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