Paysandú, Lunes 12 de Mayo de 2014
Opinion | 05 May El miércoles pasado, la madre de un escolar que concurre a un centro educativo en Montevideo agredió a la maestra a puntapiés porque había observado a su hijo. La docente radicó la denuncia de inmediato y en la víspera, la justicia procesó sin prisión a la agresora. Como medida sustitutiva, deberá presentarse durante 60 días, todos los sábados, en la comisaría de su zona.
Este es el segundo procesamiento en lo que va del año. Hace un mes, un padre había encerrado al personal docente porque se manifestó en desacuerdo con el sistema alimenticio de la escuela. Y sin contar los casos de agresiones verbales o físicas que no llegan a denunciarse ni tampoco se dan a conocer porque se minimizan en sus propias comunidades.
La Federación Uruguaya de Magisterio presentó en los medios un comunicado donde manifiesta su preocupación por los casos constatados, en tanto se mantiene en estado de alerta hasta solicitar una entrevista con el Consejo de Educación Inicial y Primaria. No obstante, tanto maestros como autoridades reconocen que estas situaciones no se han generalizado y que la “enorme mayoría” respeta a los maestros y a la educación pública.
La baja tolerancia a la frustración está enquistada en una sociedad que aprendió los valores del éxito de las más diversas formas, y una de ellas es la sobrevaloración de uno mismo, creando una infinita gama de complejos de variada resolución. Paralelamente a esto, se observa una naturalización de las distintas formas de violencia, una de las cuales comienza en el hogar y en las relaciones de poder, de marido a mujer, de madre a hijo, de hijo a madre en la tercera edad y un largo etcétera.
Cuando el vaso se desborda, el líquido se vuelca en la mesa. O sea, cuando las situaciones no se pueden controlar en casa, se sacan hacia afuera y se ven en una cancha de fútbol, en la escuela, en la calle, en el ómnibus o en el mostrador de una oficina.
Así las cosas, habrá que enfocarse al escolar cuya madre golpeó a la maestra para saber con certeza en qué hogar se está criando y si es víctima de violencia, pero los datos son escasos en ese aspecto.
De lo contrario, es el mismo espiral de siempre que transforma a niños con alta capacidad de reacción en adolescentes y jóvenes con elevados niveles de frustraciones creadas en sus propios ámbitos que terminan volcándolas en los lugares donde asisten. Tal y como le ocurrió a esta madre.
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