Paysandú, Jueves 15 de Mayo de 2014
Opinion | 10 May A partir del muy mediocre desempeño –promedio-- de los liceales uruguayos en las pruebas internacionales PISA, que sirve para ubicar a cada país en el contexto del nivel educativo internacional, las reacciones del gobierno uruguayo y las autoridades del enseñanza --incluyendo a los gremios de docentes-- se centran fundamentalmente en restar veracidad a los mecanismos que se utilizan para la medición, en algunos casos, o tratar de relativizarlos aduciendo que son contextos diferentes y que por lo tanto no puede asimilarse la forma de encarar los exámenes.
Asimismo, las propias autoridades de la enseñanza, además restar trascendencia a esta evaluación reconocida internacionalmente, sostienen que debería incorporarse un segundo nivel de pruebas similares a las PISA sólo para países subdesarrollados, o para la región, de forma que Uruguay pueda salir mejor ubicado (entre los peores) descartando de plano la competencia con los países desarrollados, por considerarlo innecesario.
Esta postura conformista e involucionista de buena parte de la izquierda uruguaya, capaz de inventar una evaluación para mentirle a la ciudadanía sobre lo bien --o mal-- que estamos, dista diametralmente con la respuesta que el gobierno de Rafael Correa en Ecuador plantea para una situación similar en su país, aun cuando se trata de un gobierno de izquierda políticamente alineado al nuestro. Es así que aunque Correa es un gobernante muy afín a las posturas del Frente Amplio, posiblemente su condición de economista graduado en las universidades de Lovaina e Illinois hace que tenga formación académica sólida y en consecuencia muy en claro que la educación es piedra angular para el presente y el futuro de cualquier país, y que las soluciones a las carencias como las que tienen las naciones sudamericanas no se resuelven con eslóganes y solo con pedidos de mayor presupuesto para sueldos, sino que hay de por medio la necesidad de respuestas que vayan al nudo de la problemática.
Correa, con el 6% del Producto Bruto Interno (PBI) para la educación, se ha volcado a desarrollar una revolución educativa cuyos parámetros se sostienen en ser aún más rigurosos en las exigencias de calidad, y para empezar, anotó al Ecuador en las pruebas PISA, lo que pone de manifiesto su decisión de aspirar a compararse con los parámetros de los países desarrollados: “seamos globalizados para compararnos a los mejores… para aspirar a lo más alto: un sistema de educación superior que pueda estar entre los mejores del mundo”, proclamó el mandatario. En este sentido, está inaugurando la Universidad Nacional de Educación, para formar profesores y además suscribió un convenio con la Universidad Católica de Lovaina a fin de diseñar con sus técnicos las maestrías y trabajar en el perfeccionamiento docente, por lo que los profesores de la Universidad Nacional de la Educación no serán todos ecuatorianos sino que está contratando a docentes extranjeros, por supuesto del mundo desarrollado.
Además, lejos de resignarse a quedar en la mediocridad de la región, optó por la mejor evaluación y ha instalado todas las exigencias del PISA, que medirá el rendimiento de los jóvenes de Primaria y Secundaria y a la universidad no será “para todos” sino que solo se ingresará por medio de un severo examen de ingreso, con un sistema de puntaje en que el mayor es imprescindible para la carrera docente.
Precisamente la carrera docente se basa en permanentes concursos y evaluaciones, al punto que de los 80.000 aspirantes a ser maestros, sólo el 30% fue aceptado, en tanto en el sistema universitario se evaluaron más de 70 establecimientos y se cerraron ya 14 instituciones por no superar los niveles de calidad académica exigidos.
Pero como ocurre en Uruguay --donde nuestro presidente no es economista sino recibido en “la universidad de la calle”--, los intelectuales de izquierda ecuatorianos están en otra tesitura y no han ahorrado críticas a estas decisiones, sobre todo porque se prohíbe la paralización de actividades en los establecimientos públicos de educación, considerados servicios esenciales.
Mientras tanto, en Uruguay todavía resuena el discurso de José Mujica ante la Asamblea General: “Educación, educación y educación” expresó entonces el mandatario, al subrayar que este sería uno de los objetivos centrales de su gobierno.
Pero no contó con que la oposición surgiría desde las propias filas de su fuerza de gobierno, haciéndose eco de los reclamos de los sindicatos de docentes y la corporación conformista que sigue oponiéndose a toda innovación o evaluación que ponga de manifiesto lo lejos que estamos de la excelencia, tanto en el plano de los resultados educativos como del nivel docente.
O sea que la idea es seguir pateando la pelota hacia adelante y echando siempre la culpa de la situación al neoliberalismo de los años 90, a la oligarquía y a los de afuera, soslayando olímpicamente que los gremios y los sectores radicales constituyen gran parte del problema y en su actitud se explica en buena forma por qué estamos como estamos.
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