Paysandú, Jueves 15 de Mayo de 2014
Opinion | 11 May El escenario de los productores de commodities ha tenido una evolución significativa en la última década, y por cierto que este factor, es decir un mercado receptivo que ha empujado al alza los precios --ahora moderándose-- y la fuerte demanda, ha sido el detonante del crecimiento de los países de la región, incluyendo al Uruguay, aunque en los últimos meses tendiendo a estacionarse o por lo menos haciendo una especie de meseta.
Recientemente dábamos cuenta que --de acuerdo a un informe del Centro Internacional para el Comercio y el Desarrollo Sustentable-- luego de un estancamiento de dos décadas, la evolución del precio internacional de los commodities alimenticios ha sido muy favorable desde el año 2003 en adelante, lo que repercutió en la evolución de los términos de intercambio de la gran mayoría de los países de América Latina y el Caribe, con resultados beneficiosos para la región.
Ateniéndonos a los antecedentes, no puede sorprender que este factor haya sido determinante para el crecimiento económico de América latina en la última década, porque además de los precios, ha tenido un escenario internacional favorable impulsado por la demanda, el crecimiento poblacional en Asia y África, la producción de biocombustibles, las compras a futuro y el cambio en los hábitos de consumo por el aumento en el ingreso.
Aunque no todo son luces en este presente latinoamericano, porque las propias características de estos países sudamericanos han incidido; y las limitaciones de la frontera productiva, los fenómenos climáticos, los escasos niveles de producción agrícola en algunas regiones y la aplicación de políticas proteccionistas son factores que han limitado la proyección de la explosión del agro. Es decir que más allá de las ventajas comparativas para producir commodities en la región, subsisten obstáculos para hacer que el escenario favorable se traduzca efectivamente en logros que se apoyen en una necesaria sustentabilidad para que, si cambian las condiciones, esta riqueza no desaparezca en un abrir y cerrar de ojos.
Igualmente, las proyecciones efectuadas por la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económico y la Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura para el período 2011-2020 siguen mostrando crecimiento en algunos productos de suma importancia en la canasta exportadora de los países del Mercosur, pero igualmente se espera un escenario con mayores fluctuaciones en un futuro más o menos inmediato.
El punto es que en esta década el bloque ha profundizado sus ventajas comparativas en la producción agrícola en el plano internacional, transformándolo en un proveedor internacional de alimentos de importancia en términos estratégicos. Como consecuencia de ello, en toda la región han ido creciendo sucesivamente los ingresos de divisas a los países productores.
Ahora, dejando de lado los elementos que hemos señalado como común denominador para el subcontinente, en el plano interno de cada país las repercusiones de esta bonanza han sido diferentes, teniendo en cuenta que cada gobierno ha asumido la responsabilidad de establecer el destino y prioridades de estos ingresos excepcionales, luego de años de dificultades y períodos de crisis.
Es así que estos recursos excepcionales se han distribuido en base a políticas que han identificado prioridades, naturalmente, así como necesidades a contemplar, en algunos casos para atender urgencias antes que sentar bases para el futuro. Están por un lado países que han apuntado a maximizar sus ventajas comparativas y reinvertido en infraestructura de apoyo a los sectores productivos, con mayor o menor eficacia y volumen de dinero. A la vez, hay otros que han desaprovechado la oportunidad para generar condiciones de cara al futuro porque han promovido políticas procíclicas o directamente con objetivos electorales antes que priorizado el interés general.
Un caso tangible en esta última categoría es el de Argentina, nación privilegiada si las hay por sus enormes recursos naturales y potencial productivo, y que en lugar de aportar estímulos para situarse a la cabeza de la fiesta agrícola regional, ha intentado colocar al sector como una fuente inagotable de recursos para financiar subsidios y políticas sociales populistas.
El Uruguay se ha situado en una posición intermedia, por cuanto sin caer en las tentaciones en extremo populistas de los gobiernos del país vecino, también ha tenido políticas procíclicas, expandiendo el gasto a medida que han ido ingresando más recursos como consecuencia del crecimiento agrícola, sobre todo por el gran desarrollo del cultivo de la soja.
El gran salto exportador uruguayo precisamente encuentra su explicación en la importancia adquirida por las exportaciones de soja, producto que no era exportado desde 2001 y que pasó a ocupar la primera posición desde 2012, superando incluso a la carne, uno de los productos estrella de las ventas tradicionales del país.
Pero debe tenerse presente que la explosión productiva sigue sustentada en vender productos primarios con nulo o escaso valor agregado, en tanto se requieren inversiones en logística para potenciarlos y mejorar la competitividad. Esto indica que el real valor agregado se le sigue dando en el exterior, y ello explica que Uruguay y otros países de la región hayan tenido una década de crecimiento sin desarrollo, lo que podríamos lamentar ya en un futuro cercano.
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