Paysandú, Lunes 02 de Junio de 2014
Opinion | 01 Jun Los sondeos de opinión pertenecen a la historia moderna y su sobrevaloración tiene una correspondencia directa con la mediatización de los últimos tiempos, donde una empresa adquiere mayor relevancia en tanto aparezca en el horario central de un periodístico o informativo y demuestre con explicaciones más o menos técnicas las razones de sus resultados.
Claro que no siempre fue así. La primera que apareció en un diario fue en Pensylvania, en 1824; se realizó sin valores científicos y dio como ganador a Andrew Jackson sobre John Quincy Adams, en la campaña por la presidencia de Estados Unidos. Más acá en el tiempo, John F. Kennedy fue el primer candidato a la Casa Blanca que basó su estrategia de campaña en las encuestas, con las cuales definió sus puntos fuertes y débiles, atribuidos por los ciudadanos consultados.
Ocurre que a pesar de transformarse en un material de consulta, son pocos los referentes políticos que reconocen con sinceridad que se fijan en sus resultados para tranquilizarse o mejorar estrategias. El punto es que con internas poco atractivas, salvo para un sector en particular, todos los resultados parecen inciertos y más aún, si se agrega la frialdad demostrada --y reconocida por los dirigentes-- de un electorado cuya respuesta a las urnas, tendrá un final abierto.
El aspecto novedoso que se introduce en esta campaña es la crítica de los analistas políticos a la lectura que hacen los periodistas de sus trabajos. Es que el escenario ha sido tan incierto y tan relativas las respuestas del electorado, que peligra el prestigio de estas empresas. Porque en definitiva, son empresas que cobran por su trabajo.
Entonces, no han encontrado una mejor solución que abrir el paraguas antes de la lluvia, bajo el argumento de que los periodistas plantean escenarios con varias lecturas, e incluso que realizan un manejo “perjudicial” para la profesión.
Acostumbrados a la mediatización de sus resultados con quince minutos de fama incluidos, algunos analistas salieron a las pantallas a marcar sus propias canchas con un lenguaje extremadamente técnico y que solo podía seguirse con un diccionario en la mano.
En otros, las empresas propiamente dichas plantearon una diversidad de escenarios posibles, dadas las circunstancias de incertidumbre.
Este es otro caso donde los medios de difusión se llevan el bonete, sin recordar que las encuestas telefónicas brindan resultados con cierto tipo de sesgo, que se desconocen a los entrevistados y que el cambio generacional se nota cada día más ante un menor compromiso por responder a una consulta.
Los cambios dinámicos generan respuestas cambiantes y las empresas deberán estar preparadas para afrontar el desafío bajo el objetivo de no cometer la reiterada uruguayez de echarle la culpa al otro.
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