Paysandú, Martes 03 de Junio de 2014
Opinion | 28 May A las puertas del Mundial de Fútbol Brasil 2014, las principales empresas de los países cuyas selecciones nacionales han clasificado (incluidas las transnacionales) basan su publicidad en la participación de las mismas y en incentivar el orgullo nacional a partir del equipo de fútbol que los representa.
En los últimos años, el fútbol --y en general los deportes-- han aumentado en mucho la penetración en la sociedad, por el crecimiento en la cantidad de campeonatos en disputa y por la veneración como estrellas de los futbolistas y deportistas en general, colocados lado a lado con las estrellas de cine. La transformación de la sociedad a partir de los canales de televisión para abonados, con transmisiones de 24 horas y el surgimiento de canales temáticos ha contribuido mucho en ese sentido.
En la práctica se ocupan mucho más horas de aire teorizando o debatiendo sobre partidos, jugadas o jugadores de fútbol que en temas como política, economía, cultura o sociedad. A esto contribuye el aumento de las exigencias de la vida cotidiana, pues tras concluir la agotadora jornada laboral, los programas de televisión con base en entretenimiento tienen preeminencia sobre aquellos de corte reflexivo o educativo.
Hoy, los jugadores de fútbol de primer nivel ganan cifras astronómicas y su figura es seguro de ventas para muchos productos alrededor del mundo. En cambio, los científicos, los escritores y tantos otros que realmente establecen cambios importantes y permanentes en la sociedad no solamente ganan mucho menos dinero, sino que además son prácticamente desconocidos en relación a las estrellas del balompié.
Pero más allá de ese brutal negocio, lo más preocupante es el mensaje básico que se emite: lo importante no es el deporte, ni siquiera la competencia, sino ganar. Estos son tiempos de victorias a cualquier precio. Y eso no hace más que desvirtuar al deporte, que no es otra cosa que el fomento de valores y ejemplos de vida. Concebir una competencia como la obligatoriedad de ganar es renunciar al propio deporte.
En estos días pre mundialistas, cuando muchas piezas publicitarias buscan unir la competencia con el heroísmo, el nacionalismo, la patria, hay que dejar en claro que es solamente una competencia deportiva. La más importante en su tipo del mundo. Pero obtener el campeonato o el trigésimo segundo lugar solamente será cuestión de emociones y pasiones. Mas la patria seguirá intocada. Y nadie será héroe por pegarle mejor a una pelota.
La verdadera felicidad no está basada en lo que otros hacen en una cancha de fútbol. La vida que lo es realmente debe basarse en principios distintivos, en ejemplos edificantes, en fidelidad a los principios esenciales. Sólo así se podrá recuperar la esencia del deporte. Donde la alegría rodea un triunfo, pero donde no es deshonra perder.
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