Paysandú, Viernes 06 de Junio de 2014
Opinion | 06 Jun Fue en junio y en 1989. Hace 25 años. Paradójicamente muchos chinos se han olvidado ya de los sucesos en Tiananmen, de la plaza sitiada por casi dos meses,de la lucha de los estudiantes, que mostraron su rebeldía al mundo en una rebelión cívica en la que desnudaban, se oponían y buscaban terminar con la corrupción, el nepotismo, el aumento de la desigualdad y pedían una urgente reforma política.
Apenas un cuarto de siglo después, quienes parece que mejor recuerdan los hechos de Tiananmen son las propias autoridades. Las causas de las protestas, en buena medida, siguen inamovibles. Pero mientras las autoridades hacen todo lo posible para borrar de la memoria colectiva aquellos días (y en días de celulares, tablets y más burbujas tecnológicas parecen lograrlo), a su vez toman claramente aquellos ejemplos, rompiendo la esencia del movimiento estudiantil del siglo XX, la conciencia de un país, la referencia de la opinión pública sacudiendo lo establecido.
Desde lo malo, el ejemplo chino es muy aleccionador. Porque lo que Tiananmen hizo fue que se aumentaran las estructuras de adoctrinamiento y de despolitización. Las milicias obligatorias al peor estilo expuesto por The Wall, el inolvidable trabajo de Pink Floyd, la proliferación de controles, la ilusión de libertad a través de la tecnología.
Peor aún, en su mayoría las universidades chinas han dejado de ser centros de efervescencia cultural para convertirse en laboratorios de empresas, en unidades de gestión económica, que enseñan a los estudiantes que el camino para el verdadero bienestar es económico. Los estudiantes chinos hoy sueñan con los mejores salarios que puedan conseguir.
Por eso desde lo malo este es un buen ejemplo de lo que no puede tolerarse en un mundo que merezca la pena vivir. Con matices, lo que ocurre de manera deliberada en China, persiguiendo conceptos ideológicos que intentan mantener el poder establecido y abortar todo intento de establecer fuerzas políticas alternativas, sucede en el resto del mundo.
La sociedad contemporánea -de modo general- ha perdido la lucha por el bien común de todos por encima del propio. Hoy lo que importa es el propio futuro. Acotado así, parece que pocos se dan cuenta que se está en un desierto y que las conquistas que aparecen en el horizonte son meramente espejismos.
Porque no hay bien común individual si no hay bien común general. Si una sociedad no crece, no se fortalece intelectualmente, no reconoce los derechos y deberes de sus integrantes, no establece políticas de igualdad y fraternidad, no es posible que sus miembros -solitariamente- puedan alcanzar el bienestar, incluso si éste fuera solamente financiero.
Por eso no hay que olvidar Tiananmen. Porque aquella lucha de ideales, de hombres contra tanques, de personas contra el aparato estatal, demostró que solo se trata de unirse, de buscar el bien común, que no es otra cosa que el establecimiento de una sociedad justa y humana.
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