Paysandú, Domingo 08 de Junio de 2014
Opinion | 04 Jun Desde hace algunos años la palabra bullying se ha vuelto --tristemente-- cotidiana, en la medida que en liceos (y hasta en escuelas) niños y jóvenes son intimidados o golpeados por sus pares o por mayores. La violencia se da en colegios e instituciones pero también en las calles y en los hogares. Un reducido números de los casos de violencia ejercida contra los niños y niñas termina en muerte; pero lo más frecuente es que ni siquiera deje huellas visibles. Aun así, constituye uno de los problemas más graves que actualmente afectan a la infancia.
Una gran parte de la violencia permanece oculta. En ocasiones, los niños y niñas se sienten incapaces de denunciar los actos de violencia por miedo a las represalias de su agresor. Puede ocurrir también que ni los niños y niñas ni el agresor vean nada malo o inusual en estas prácticas, o que ni siquiera piensen que estos actos violentos constituyen violencia, y los consideren más bien como castigos justificados y necesarios. Puede que el niño maltratado se sienta avergonzado o culpable, pensando que se trata de un castigo merecido. Esto es a menudo la causa de que el niño se muestre reticente a hablar de ello.
No obstante, el maltrato jamás puede ser justificado ni considerado necesario. Y esto debe tenerse especialmente en cuenta hoy cuando se conmemora el Día Internacional de los Niños Víctimas Inocentes de Agresión. Fue instaurado por las Naciones Unidas el 19 de agosto de 1982, en su período extraordinario de sesiones de emergencia sobre la cuestión de Palestina. Ese día, la Asamblea General, “consternada ante el gran número de niños palestinos y libaneses que han sido víctimas inocentes de los actos de agresión de Israel”, decidió conmemorar, el 4 de junio de cada año, el Día Internacional de los niños víctimas inocentes de la agresión.
Pero la violencia omnipresente en las sociedades donde los niños crecen, ha hecho que este día sirva como reflexión no solamente en situaciones tan criticables como extremas como esa. Es que los niños, los desvalidos de la sociedad, sufren sin poder defenderse de las agresiones de una sociedad dislocada por demasiados problemas que desembocan en violencia.
Desde las relaciones de poder asociadas al género, la exclusión, y la ausencia de protección por parte de un tutor adulto y de reglas sociales que protejan o respeten a la infancia, hasta el consumo de drogas, el fácil acceso a armas de fuego, el consumo de alcohol, el desempleo, la delincuencia, la impunidad y el encubrimiento. Y seguramente muchos otros factores. La violencia se expande y nada parece detenerla. Pero se vuelve silencio cuando los niños son los agredidos. Es que ellos precisamente, son los verdaderos sin voz.
Tanto que hablamos que son los herederos del futuro. Pésima herencia les estamos legando si no cuidamos su presente. No habrá buen futuro si no cuidamos, amamos y respetamos a nuestros niños.
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