Paysandú, Viernes 13 de Junio de 2014
Opinion | 06 Jun Un informe de la Organización Internacional del Trabajo (OIT) publicado en Ginebra indica que “más del 70 por ciento de la población mundial no tiene verdadera protección social”, cifras que “revelan que la mayoría de la gente no tiene protección social suficiente cuando es más que nunca necesaria”, según consideró Sandra Polaski, directora general adjunta de la OIT, al presentar este documento a la prensa internacional.
De esta evaluación del organismo mundial, surge que en promedio 39 por ciento de la población mundial no tiene acceso a cuidados de salud, pero además en los países pobres este porcentaje sube al 90 por ciento. La OIT estima que serían necesarios más de diez millones de colaboradores para garantizar un servicio de salud de calidad para quienes lo necesitan, en tanto respecto a las jubilaciones, la OIT indica que casi la mitad --más precisamente un cuarenta por ciento-- de las personas que han superado la edad de la jubilación, no reciben ninguna pensión.
El punto es que solamente el 30 por ciento de los trabajadores en el mundo pagan cotizaciones para jubilación y además muchas de las jubilaciones devengadas están por debajo del umbral de pobreza.
Paralelamente, los gastos de protección social, en caso de desempleo, invalidez parcial o accidente de trabajo, varían mucho de un país a otro, al punto que pasan del 0,5 del conjunto de los gastos en Africa a 5,9 por ciento en Europa Occidental, es decir casi doce veces más, de acuerdo a este análisis.
Sin dudas que el escenario internacional es muy diverso en cuanto a este panorama social, por cuanto citando extremos, tenemos por un lado al Africa profunda, donde los índices son sin dudas los más bajos, y por otro el mundo desarrollado, que está en el otro extremo, con índices de riqueza y estructuras que se traducen en este escenario en el que pueden ser contemplados de otra forma los sectores menos favorecidos de la población.
En el caso de América Latina, siendo benignos con el término, podemos considerar que está en un sitial intermedio, con grandes matices de acuerdo a la región y el país, y sin dejar de lado que seguramente hay áreas que están tan mal como en el Africa profunda a que nos referíamos, y otras en que el panorama, sin ser el mismo que en países industrializados, denota avances significativos respecto a otras épocas.
Y ello puede tener su explicación, o parte de ella, en la mejora en el escenario socioeconómico latinoamericano que se ha dado fundamentalmente en la última década y que pese a las desigualdades que subsisten, ha permitido derramar recursos en sectores menos favorecidos, aunque con dificultades y con respuestas no siempre consistentes.
Así, el nuevo vicepresidente para América Latina del Banco Mundial, el mexicano Jorge Familiar, aseguró que actualmente la clase media supera a la de los pobres en América Latina, aunque advirtió que un 40 por ciento todavía es vulnerable. Es así que según el jerarca, “por primera vez en la historia de Latinoamérica, la gente de clase media es superior a la gente que vive en condiciones de pobreza”.
Asimismo evaluó que este panorama obedece entre otras razones a políticas de crecimiento económico, generación de empleo y programas sociales impulsados por los estados, en la última década, al punto de que de los 540 millones de latinoamericanos, unos 80 millones salieron de la pobreza.
Lo que está muy bien, por cierto, y además debe tenerse presente que en gran medida estos cambios responden a que se ha contado con un escenario internacional muy favorable para los productos que exporta la región, fundamentalmente ciertos “commodities”, con muy buenos precios y demanda. Pero los buenos tiempos no duran para siempre, sino que estamos ante ciclos y ciclos, con uno positivo que en este caso se ha extendido más de lo que podía preverse, de acuerdo a la experiencia,
Precisamente el vicepresidente del organismo internacional evaluó que el desafío del subcontinente es trabajar para evitar una regresión y la reducción de la desigualdad, según el funcionario, fue producto de políticas públicas “correctas” que en alguna medida enfocaron el gasto social en los más pobres y con el enfoque de administrarlo como “una inversión y no un gasto”.
Lo que es por cierto discutible en lo que refiere a destino de los recursos, porque el común denominador, de acuerdo a lo que se observa en la región, es de una baja calidad del gasto y lejos de una inversión, porque han quedado serias dudas en cuanto a la sustentabilidad de este escenario de salida de la pobreza y mucho menos de que haya aumentado en realidad el porcentaje de la clase media.
Por el contrario, todo indica que las transferencias en el “gasto social” son más bien transferencias de recursos puntuales pero con escaso trabajo en hacer que esta mejora sea perdurable, y reducir las vulnerabilidades a las que hace mención Familiar.
Ello indica que lo del aumento de la clase media como afirmación en sí debe tomarse “con pinzas”, porque todo indica que de cambiar el escenario internacional, buena parte de estos sectores podrían volver prácticamente a la misma situación anterior, y como bien indica, el desafío sigue planteado en como se podrá afrontar el cese del viento de cola, con un entorno externo “más complicado”, mayores tasas de interés y más volatilidad que afecta a los países latinoamericanos, como reconoce el funcionario.
Por lo tanto, la década de bonanza ha distado de ser perfecta, porque no se ha aprovechado a pleno ni nada que se parezca, y es hora de aprender de los errores y omisiones para adoptar las acciones que se han soslayado para apuntalar la sustentabilidad, ante cortoplacismos y objetivos político-ideológicos que no coinciden con el interés general, y que dejan al desnudo las falencias tan pronto se disipa la espuma que se creía era sustancia, como se recogía en las estadísticas.
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