Paysandú, Jueves 26 de Junio de 2014
Locales | 21 Jun (Por Horacio R. Brum) El olor a asado era demasiado penetrante, hasta para un uruguayo como este corresponsal. Además, no era ese aroma de la carne bien hecha a las brasas, sino una mezcla de los hedores de la grasa quemada y el alquitrán, como si alguien quisiese asar un churrasco en el fuego que derrite el bitumen para reparar la calle. Por eso, al día siguiente del debut de la selección chilena de fútbol en el Campeonato Mundial de Brasil, el intendente de Santiago pidió que se moderaran los festejos con calcinación de vacunos, debido al aporte del humo de los asados a la contaminación atmosférica.
Desde hace por lo menos 40 años, la capital de Chile está envuelta en una capa de aire contaminado; lo que para el turista que llega en avión puede parecer una franja de bruma que parte en dos el horizonte cordillerano es en realidad aire sucio, que la mayor parte de los días impide que se vean los Andes desde muchas zonas de la ciudad. Las causas de esa contaminación son muchas y relacionadas en general con el crecimiento mal planificado de la ciudad, pero lo cierto es que la advertencia del intendente contra los asados no es una exageración.
Excepto en las regiones que comparten la Patagonia con Argentina y sus tradiciones gauchescas, donde la carne se cocina a las brasas, el carbón mineral, en forma de pastillones de polvo comprimido, es el combustible más utilizado. Por otra parte, el alto precio de la carne, que puede superar los diez dólares el kilo para los cortes comunes, determina que en los sectores de menos recursos se hagan asados con carnes de mala calidad y grasa abundante. En tales condiciones, los humos de las parrillas hacen un aporte significativo al empeoramiento de la calidad del aire. Según los estudios hechos por varios expertos universitarios, si 20.000 familias hacen asados el mismo día, consumen 40.000 kilos de carbón, que equivalen a la energía gastada diariamente por 54 ómnibus del transporte colectivo urbano. Con un solo asado, se genera la contaminación de 400 kilómetros de recorrido de uno de esos vehículos, y por cada dos kilos de carne se producen 19 gramos de partículas de material contaminante.
Más allá de lo anecdótico, el uso de combustibles como el carbón o la leña es una amenaza importante para el medio ambiente en Chile y tiene alguna relación con los niveles de pobreza. En el sur del país, donde el clima es más frío y lluvioso, todavía es común el uso de las cocinas a leña, incluso en las ciudades, y son varias las localidades que tienen índices de contaminación atmosférica iguales o peores que Santiago. La precariedad de las viviendas, con mala aislación, determina que las cocinas se utilicen también como medio de calefacción y por ende, se mantengan encendidas casi todo el día. Así, el gasto mensual de un hogar en leña llega a los 60 dólares, la cuarta parte del sueldo mínimo que ganan muchos trabajadores, pero si se utilizara gas licuado con los mismos propósitos de calefaccionar y cocinar, la cuenta se multiplicaría por ocho. En cuanto a la electricidad, que tiene el precio más alto de América Latina, su uso es casi un lujo para las familias más pobres, ya que sólo por iluminación y refrigeración un hogar con cuatro personas puede pagar más de cien dólares.
El pasado miércoles 18, los humos de los asados volvieron a empeorar el aire santiaguino, pero como muchos otros temas de la actualidad nacional, la contaminación quedó oculta bajo las banderas tricolores y las camisetas rojas que se vieron por todas partes de la ciudad. Desde temprano, las multitudes salieron de los supermercados con las bolsas de carbón, las mantas de carne y los litros de cerveza y nadie pensó en trabajar a partir del mediodía. A las cinco de la tarde, como en aquel poema taurino de Federico García Lorca, el cóndor chileno remató en Brasil al toro español; Santiago seguía envuelta en su bruma sucia, pero a nadie le importaba, porque los pulmones estaban llenos del aire del triunfo.
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