Paysandú, Viernes 27 de Junio de 2014
Opinion | 25 Jun La costumbre, lo que la ley asigna, es denunciar ante las autoridades --ante quienes ostentan la representación de todos en el gobierno-- hechos delictivos, de corrupción, de traición a la nación. Pero no es habitual que una entidad --sea la que sea-- denuncie a las autoridades de gobierno para que sus acciones sean conocidas por el gran público, aquel que en ellos ha depositado la responsabilidad de gobernar, de administrar justicia, de mantener la seguridad.
Julian Paul Assange, programador, periodista, hacker y activista australiano --a través de Internet--, fundador, editor y portavoz del sitio web WikiLeaks, hace dos años que está en una suerte de libertad vigilada por develar a través de ese sitio web secretos que varios gobiernos (aunque especialmente Estados Unidos y Gran Bretaña) no hubieran querido nunca que fuesen develados.
El 19 de junio (mientras los uruguayos celebrábamos los 250 años del nacimiento de José Gervasio Artigas) se cumplieron dos años desde que Julian Assange ingresara como asilado a la embajada ecuatoriana en Londres. Si solamente quisiera ir a la esquina, lo arrestarían de inmediato. No ha sido el único, claro está, pero sí la cabeza visible de WikiLeaks, y eso lo hace pasible de condena. Porque está mal revelar secretos de Estado.
Es en casos como éste cuando aparece la palabra traidor. Él y los suyos. Aunque Assange se define como “un espía para el pueblo”, lo que en realidad hace es agravar su situación. Porque en ese caso va contra el principio del propio espionaje, que es descubrir lo que otros guardan como secretos sin que éstos se den cuenta.
Pero la irrupción de WikiLeaks fue mucho más allá y por medio de un hecho delictivo --hackear sitios de Internet lo es-- hizo denuncias claras y concretas de acciones de gobiernos que en realidad iban contra el interés de sus gobernados.
No es en realidad que no se supiera lo revelado por WikiLeaks. Pero una cosa es saberlo en general --sobre la guerra de Irak, por ejemplo-- y otra contar con datos concretos. No obstante, pese a eso, la actitud media --de los ciudadanos comunes-- es de reconocer que las agencias secretas tienen un espacio, que pueden actuar por encima de determinadas leyes, llevadas por un “bien mayor”.
Estados Unidos, Gran Bretaña y otros, quieren enjuiciarlo por haber violado sitios de alta seguridad. Por espionaje. Desde ese punto de vista, esos gobiernos tienen razón. Aun cuando el espionaje de Assange sea uno diferente, pues el resultado de esos actos de espionaje se hicieron públicos, están a disposición de todo el que quiera verlos.
No obstante, del mismo modo que sus agencias secretas muchas veces caminan al filo o transgreden lo establecido, Assange hizo lo mismo. Fuego contra fuego.
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