Paysandú, Miércoles 02 de Julio de 2014

Cultura de trabajo

Opinion | 29 Jun La participación de los menores en el esquema laboral es un tema que desde siempre ha estado en el tapete, con diversidad de opiniones y enfoques, porque como en todos los órdenes de la vida, nada es del todo bueno y tampoco del todo malo. Sin embargo es claro que en los últimos tiempos predominó la postura que considera el “trabajo infantil” algo negativo, asociado a la “explotación” de los niños con fines de lucro. Según la Organización Internacional del Trabajo (OIT), una institución de las Naciones Unidas, trabajan en todo el mundo de forma regular unos 168 millones de niños, y de estos la mitad, unos 85 millones son explotados, trabajando en lugares peligrosos como canteras o plantaciones comerciales, e incluso hay lugares en los que trabajan de noche y hasta son tratados como esclavos.
Sin embargo hay situaciones y situaciones, y para asegurar el sustento del hogar, en muchos países hasta los más pequeños necesariamente tienen que ganar dinero, por lo que los expertos difieren en los enfoques. Pero hay coincidencias respecto a que el trabajo infantil no se debería prohibir de forma general, sino que depende de las condiciones, según evalúan.
En este contexto, más allá de los informes de los expertos internacionales, cada país o región, incluso las propias culturas tienen sus particularidades y ordenamiento, lo que hace que sea muy difícil extraer una conclusión definitiva que se pueda extrapolar a otras realidades.
Así, el trabajo infantil está muy extendido en Asia, África y América Latina, sobre todo, con el común denominador de una marcada pobreza. Organizaciones de derechos humanos como Terres des Hommes, que aboga por estos niños y sus familias, sin embargo rechazan una prohibición general del trabajo infantil, y consideran que más bien es necesario diferenciar claramente entre el trabajo explotativo y el que no lo es.
“Apoyamos a aquellos niños que no trabajan en condiciones de explotación, para que aumenten sus ventas y puedan ganar más dinero en menos tiempo y así tener más tiempo para la escuela o para descansar”, explica Barbara Küppers, directora del departamento de derechos infantiles de Terres des Hommes. La experta asegura que también existen lugares en el mundo, sobre todo regiones campesinas, en donde los niños no sufren, pese a tener que aportar dinero para el sustento del hogar.
“En estos casos trabajar significa aprender poco a poco a participar en la vida comunitaria, aprender cómo crecen las cosas, cómo funciona la cosecha y cómo se puede alcanzar algo en conjunto. Estos son aspectos muy positivos del trabajo”. Lo importante es que, aparte de la vida laboral, los niños también puedan acceder a la educación escolar, añade. Por su lado Manfred Liebel, politólogo de la Universidad Técnica de Berlín y asesor de la “Unión de Niños, Niñas y Adolescentes Trabajadores de Bolivia” comparte esta opinión al señalar que “en Bolivia las tradiciones indígenas juegan un papel importante. Desde temprana edad, los niños contribuyen al trabajo. La cosecha y la pesca, por ejemplo, son muy importantes en ese sentido”.
Ocurre que hasta hace pocas décadas, también en Alemania, en el campo, los niños todavía ayudaban en la cosecha. En muchos lugares las vacaciones de otoño solían llamarse “vacaciones de las papas”, porque en el campo los alumnos tenían que ayudar a cosechar la papa, y nadie se rasgaba las vestiduras por ello.
Como suele decirse, ni tanto ni tan poco, aunque sin dudas las situaciones de extrema pobreza no son el mejor escenario para el trabajo infantil, porque en esos casos se da el caldo de cultivo para la explotación, el abuso, y lo que es igualmente malo, de consolidar marginación y dependencia a quienes cuando lleguen a la edad adulta tendrán un fuerte déficit en formación y capacitación para encarar otros desafíos de la vida moderna.
Pero lo interesante de esta “nueva” forma de ver las cosas en la OIT, es que ya no todo es aquello de “explotación”, palabra tan explotada por quienes necesitan explotados para reivindicar revoluciones. Hay algo peor que el “trabajo infantil” --mucho más en las sociedades donde se es niño hasta los 18 años--, y es el “ni-ni”, el joven adolescente que no le interesa el estudio y por lo tanto ni estudia ni trababa --porque el mismo Estado promueve eso-- o concurre a clases obligado y por lo tanto, solo está para distorsionar aún más en el sistema educativo.
Antiguamente existía la amenaza de la familia respecto a que “estudiás o trabajás”, pero hoy eso no es muy real con las trabas que se le han puesto al “trabajo infantil”, aun cuando el niño ya esté a punto de abandonar la adolescencia. De esta forma se termina fomentando la vagancia, la drogadicción y la delincuencia, porque el “niño” al que en los hechos no se lo puede obligar a estudiar, no tiene nada útil para hacer más que vegetar. Además no aprende a valorar el trabajo, ni el dinero ni el esfuerzo que significa acceder a las cosas materiales por la vía formal. Por lo tanto este exceso de protección hacia los niños termina siendo contraproducente por donde se lo mire, y promueve la marginación social.
Los hechos ya están demostrando que el camino no es entonces prohibir el trabajo infantil o limitarlo más allá de lo necesario, sino atacar la verdadera explotación donde realmente exista y fomentar el desarrollo del niño mediante el estudio. La OIT ya lo está notando. Hay que abrir los ojos a la realidad.


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