Paysandú, Viernes 04 de Julio de 2014
Opinion | 01 Jul Hace hoy exactamente 104 años salía a la calle la primera edición de EL TELEGRAFO, con el entusiasmo propio de una generación de soñadores que se lanzaba al desafío de utilizar la pluma como una palanca de aliento e instrumento del desarrollo del solar, de ser portavoz de sus inquietudes, de sus necesidades, de sus aspiraciones y realizaciones, de caja de resonancia del sentir de lo que fue primero un caserío que fue creciendo en forma aluvional, y no porque sí.
Desde entonces mucha agua ha corrido bajo los puentes, porque no es poca cosa un siglo en el Nuevo Mundo, cuando recién asomaba además el Siglo XX, el siglo de grandes transformaciones para la Humanidad , y que nos tuvo como promotores y a veces protagonistas de acontecimientos de enorme repercusión, no solo local.
Aquella aventura que se tradujo en el primer ejemplar que salió a la calle el 1º de julio de 1910, que emprendieron don Angel Carotini y Miguel A. Baccaro, surgió en un Paysandú adolescente, asomado al río por donde llegaba y salía la riqueza que se generaba y reciclaba en este solar.
Los tiempos eran muy distintos, había grandes diferencias entre aquel mundo y el de hoy. Ayer lo artesanal hacía la diferencia, cuando el diario se armaba a mano y salía a conquistar lectores en base a una oferta que en sus primeras armas se basaba solo en la calidad, agudeza y veracidad de la pluma, y que lentamente, por sus virtudes significó construir una trayectoria que fue posible merced al respaldo que los sanduceros otorgaron a lo que proponía el entonces novel diario.
Suena a inmodestia, por supuesto, porque nos comprenden las generales de la ley, pero a la distancia, con 104 años transcurridos, ya las cosas se evalúan en una perspectiva histórica, y no puede obviarse que aquellos pioneros supieron hacer historia en tiempos muy difíciles, a la vez de reflejar en las páginas de su creación el palpitar de una comunidad diversa en su pensamiento y origen, pero que incluso desde aquellos tiempos ha sabido anteponer diferencias para en las instancias cruciales superar diferencias para luchar por el beneficio común por encima de los intereses sectoriales.
Y en esta problemática sanducera sin dudas el río Uruguay ha sido vector de desarrollo, como lo es también hoy, salvando las distancias, épocas y escenarios; porque cuando nació EL TELEGRAFO ya el transporte fluvial era puntal para el florecimiento del intercambio comercial que fue a la vez piedra angular para el Paysandú industrial que se consolidara en la década de 1940, y que se proyectó pujante hacia la segunda mitad del Siglo XX. Fue una época de oro, es cierto, porque el trabajo del solar se tradujo en la creación de fuentes de trabajo y la industrialización de materia prima de la zona, pero a la vez esta pujanza se reprodujo en las letras, en las artes, en las artesanías, en el propio pensamiento y espíritu de los lugareños.
Felizmente con ese espíritu ha tenido mucho que ver EL TELEGRAFO, porque en buena medida desde estas páginas hemos tratado de ser copartícipes de aquella verdadera revolución industrial sanducera, a tono con los parámetros de la época, por acción directa o por promover y acompañar las ideas que tan generosamente se ofrecían y prendían en una comunidad que no se conformaba con el presente o mirar hacia atrás, sino que pensaba y actuaba con visión de futuro.
En aquellas cruzadas, a partir de las ideas y de la búsqueda de instrumentos para su concreción participaron prohombres que fueron pioneros y que hoy son ejemplo para nuestra comunidad, en muchos casos con sus descendientes actuando desde diferentes lugares embarcados en emprendimientos que de una y otra forma también son el aporte que apuntalan el Paysandú de hoy, y a quienes se han unido felizmente otros muchos que desde una diversidad de posibilidades hacen su aporte, como el de miles y miles de sanduceros que diariamente aportan su esfuerzo como parte de una comunidad que conserva muchos puntos en común con la de los días en que asomamos al nuevo siglo.
Ni ayer ni hoy las cosas han sido fáciles, más allá del romanticismo y el sentimiento tan extendido de que todo tiempo pasado fue mejor, sobre todo para aquellos que idealizan los tiempos de la juventud perdida. Pero había cosas mejores y peores, como en todos los órdenes. Tal vez hoy, a la distancia, con una visión retrospectiva, a muchos se nos pueda ocurrir que los emprendimientos y logros alcanzados entonces eran algo natural, porque las cosas se daban para que así fuera. Pero con las cartas vistas la perspectiva se pierde en su real dimensión respecto a los desafíos y la incertidumbre que tenían por delante nuestras antecesores, seguramente tan acuciantes como los que tenemos hoy.
Como entonces, sí debemos hacernos a la idea de que nadie va a regalarnos nada, ni tampoco ese debe ser el espíritu, que tampoco era el de quienes nos precedieron, por supuesto, pero sí es preciso potenciar las reservas anímicas que nos saquen de la encrucijada cuando las fuerzas parecen flaquear y el horizonte se presenta con densos nubarrones.
Esta es la reflexión que al fin de cuentas queremos compartir con nuestros lectores, tan consecuentes hoy como lo han sido sucesivas generaciones de sanduceros durante décadas, porque partimos de un pasado al que nos remitimos con legítimo orgullo, pero en el que no debemos quedarnos para regodearnos en nostalgia sino al que debemos apelar al fin y al cabo como fuente de inspiración para afrontar con esperanza y osadía el futuro, que será tan bueno como nos lo propongamos si no cejamos en el esfuerzo.
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