Paysandú, Domingo 06 de Julio de 2014
Opinion | 04 Jul Es bien sabido que asociaciones y clubes de todo tipo tienen dificultades para integrar sus comisiones directivas y para generar actividad entre sus socios. Esto, que ocurre a nivel nacional y que seguramente también sucede más allá de fronteras, tiene varias causas, algunas de ellas evidentes, otras no tanto.
En los últimos años, la necesidad de dedicar más esfuerzo al trabajo rentado, quita tiempo para otras actividades; no solo para actuar en comisiones sino también --lo que es aún más preocupante-- para la familia. Por otro lado, la mayor oferta de entretenimiento, con posibilidades nunca antes imaginadas a disposición, ha hecho que el hogar sea el espacio donde una vez finalizada la jornada laboral, sea el lugar de permanencia, mirando televisión en sus varias modalidades, o --por ejemplo-- disfrutando de juegos de video.
Pero más allá de esas causas bastante evidentes, subyace otra, que quizás no siempre sea considerada, y que tiene una incidencia muy importante. Se trata de un franco descenso en el interés general por tomar parte activa del trabajo voluntario. No otra cosa es, por ejemplo, ser directivo de una institución de barrio.
No hay dudas que las exigencias de la vida cotidiana aumentaron. Y que también lo hicieron las opciones de confort. Y gratuitas no son. Si se quiere el último modelo de teléfono celular hay que esforzarse un poco más; o si se prefiere el TV led que hará parecer la sala como un cine, hay que buscar algunas horas extras de trabajo.
Una de las consecuencias que se aprecia en esta realidad de escaso trabajo voluntario, es que aumenta la presión sobre las autoridades, desde las nacionales a las locales, pasando por las departamentales. En lugar de generar el dinero para pequeños gastos, simplemente se lo pide. A quien sea, desde la Intendencia a un ministerio.
En la última gira del Ejecutivo departamental --que terminó ayer--, en uno de los centros poblados, se pidió que la Intendencia se hiciera cargo del pago de los consumos de energía eléctrica y agua potable del salón comunal. Simplemente, no hay interesados en integrar una comisión que lo administre y genere los recursos mínimos para su mantenimiento. Y se apeló al Presupuesto Participativo.
Flaco favor a la comunidad harían las autoridades respectivas si acceden a usar esa herramienta para este fin. Si una comunidad no tiene voluntad para hacerse cargo de esos gastos, para el beneficio de todos, entonces convendría preguntarse si realmente necesitan un salón comunal.
Las urgencias de la vida no pueden ni deben cubrir lo esencial. Esto es, vivimos en comunidad. Y eso implica --de la forma que sea-- dar en favor de los demás. Porque es hacerlo en favor de cada uno.
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