Paysandú, Lunes 07 de Julio de 2014
Opinion | 05 Jul De acuerdo al informe “Logros y nivel educativo alcanzado por la educación”, dado a conocer por el ministro de Educación y Cultura, Ricardo Ehrlich, de los jóvenes de entre 15 y 20 años, el 40,1 por ciento está fuera del sistema educativo, y de estos solo un una tercera parte trabaja o busca trabajo, en tanto prácticamente un 13 por ciento entra en la categoría de los “ni-ni”, es decir que no estudian ni trabajan.
Estas cifras surgen del relevamiento denominado Encuesta Continua de Hogares, y entre otros aspectos revela que el sistema tiene dificultades para captar una parte importante de los adolescentes uruguayos, pero sin dudas que el problema es mucho más profundo que un tema de adolescencia, sino que refiere a una problemática social a la que nos hemos referido en más de una oportunidad desde esta página, y lejos de revertirse, pone sobre el tapete manifestaciones inequívocas de que no se están ofreciendo respuestas a tono con este desafío.
El informe del secretario de Estado indica que en tanto la cobertura de los niños de hasta once años es de un cien por ciento, a medida que se avanza en la edad los niños y adolescentes se van alejando de los centros educativos, en algunos casos para dedicarse a trabajar pero en un porcentaje significativo para no trabajar ni estudiar.
Ya la encuesta revela que el 28 por ciento de los jóvenes de entre 15 y 17 años no está en el grado estudiantil que le corresponde, pero el 21,3 por ciento ni siquiera asiste al estudio, mientras que en términos globales el rezago estudiantil creció un uno por ciento respecto a los guarismos de 2012.
No puede haber dudas en el sentido de que si bien la deserción se da ya en los estudios secundarios, la raíz de las dificultades se centra en Primaria, pero seguramente también en este caso es la consecuencia de desmotivaciones que provienen de la formación en el hogar, donde además de descaecimiento de valores los problemas en la célula familiar repercuten en desinterés y escasa disposición por la instrucción escolar, en términos generales.
Así, el grueso del estudiantado de Primaria llega a Secundaria con una preparación insuficiente para absorber los conocimientos en esta rama de la enseñanza y hay un efecto acumulativo de este déficit que hace que en determinado momento el ya escaso interés por estudiar se vea complementado por incomprensión educativa y la sensación de frustración y de impotencia para asistir con un desempeño aceptable a los cursos.
Esta es de todas formas una de las consecuencias del denominado “pase social” que se incentiva desde las autoridades de Primaria, para abatir los índices de repetición en esta rama de la enseñanza. Pero, naturalmente, el pasar de clase no significa en estos casos o tener el conocimiento requerido para hacerlo, y lo que se hace en los hechos es trasladar el problema hacia más adelante, por falta de base real para ingresar a Secundaria y mucho menos para seguir adelante en los cursos, desde que es simplemente seguir jugando a hacerse trampas al solitario, hasta que el autoengaño se cae por su propio peso. De esta forma se contribuye a incrementar la generación de los “ni ni”.
Es decir que el “pase social” significa de alguna forma el optar por el mal menor, en ese momento, pero sin evitar el desenlace inevitable de la caída que llegará por la vía de que no hay alternativa tangible de recuperación para quien ha sido promovido sucesivamente sin estar capacitado para ello. Por otra parte, el lado perverso del sistema está en haber destruido quizás el principal motor de la motivación en edad escolar y liceal, que es la competencia entre estudiantes --una mala palabra para la izquierda--, porque vale lo mismo “hacer la plancha” que “matarse por ser mejor”, y al vago se lo premia con nota de pase. Entonces, mientras se logra mantener artificialmente por unos pocos años más en el sistema a la minoría que no le interesa o que igualmente no llegará a nada, se pierde por el camino al grueso de los estudiantes agobiados por una política perdedora.
Es así que el exintegrante del Consejo Directivo Central (Codicen), Daniel Corbo, evaluó en este sentido que cuando los jóvenes cumplen 15 años siempre son pasados de la escuela al liceo, sin importar los resultados académicos que logre, “y esto les genera dificultades para responder a los desafíos que requiere el Ciclo Básico”, como es obvio.
Sin embargo, el director general del Consejo de Educación Inicial y Primaria (CEIP), Héctor Florit, dio a El País que el pase por razones sociales “no existe” en Primaria, pero a la vez reconoció que el resultado de las pruebas no son lo único que se tiene en cuenta a la hora de promover al alumno.
Hay cifras que desmienten a Florit, por cuanto como bien manifiesta Corbo, mientras hay una promoción del 98,5 por ciento desde Sexto Año a Secundaria, de esos mismos niños, en el primer año de curso liceal repite el 30 por ciento, lo que tiene entre otras consecuencias una desvinculación del sistema educativo que ya está “cantada”.
El ciclo educativo es sin dudas una cadena que significa un enlace y coordinación entre los extremos, y a menos que se baje el nivel del extremo superior, nada menos que la formación profesional, o la capacitación técnica llegado el caso, en algún momento debe quedar por el camino quien no tiene la formación que se necesita.
Es de recibo por lo tanto que las respuestas pasen por modificar radicalmente la estructura de nuestra enseñanza, que básicamente no educa ni forma adecuadamente para ser parte de la fuerza laboral que necesita el país y tampoco para la inserción social.
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