Paysandú, Viernes 11 de Julio de 2014
Opinion | 10 Jul Mucho se ha escrito y discutido acerca de la lucha de clases, de la dicotomía entre el capitalismo y el socialismo “real” en la búsqueda de paradigmas para la Humanidad, y sin dudas que a lo largo de los siglos y las décadas se han ido sumando experiencias que igualmente indican, a esta altura del tercer milenio, que ya no hay paradigmas para ninguna de las posturas fundamentalistas, y que existe una zona gris difusa entre los radicalismos que indicarían el camino a seguir, cuando se habla de justicia social y desarrollo.
Hay moscas muy difíciles de atar por el rabo, pero evidentemente el fracaso estrepitoso del ex “socialismo real”, incluyendo la implosión de la ex Unión Soviética y sus satélites, desnudó las enormes falencias de los regímenes de producción colectivizada, agravados por los estados policíacos en los que se desenvolvieron, más allá de ha sido duro de asimilar por la mayoría de la izquierda mundial, que ha pretendido aggiornarse a los tiempos en muchos casos solo con maquillajes híbridos, no siempre con buenos resultados. Pero han quedado igualmente como referentes los estados del norte de Europa, llamados nórdicos, como un ideal a seguir, teniendo en cuenta la calidad de la democracia que practican, los estándares de vida que ofrecen y los valores que cultivan, aunque como en todos lados, también se cuecen habas, y no es oro todo lo que reluce.
Sí es pertinente en buena medida tratar de recrear, mejorar y practicar la forma de relación que tienen estos países en su sociedad, que en primer lugar han priorizado el respeto a las normas legales como premisa insoslayable, apuntando a la conciliación y a la búsqueda del equilibrio, a una base cultural formidable y actualización tecnológica, y en muchos casos, con una participación decisiva del Estado en cuanto a proveer servicios y erigirse como en benefactor, aunque con un alto costo que se traduce en muy fuertes impuestos y una presencia que puede considerarse excesiva en todos los órdenes, es cierto. Pero por lo menos tiene la virtud de que existe un retorno en servicios eficientes de lo que detrae en recursos, lo que no es precisamente el caso de otros países como Uruguay y la mayoría de las naciones latinoamericanas y africanas, por citar un ejemplo claro.
A ello debe agregarse una concepción en cuanto a la importancia de la asociación capital-trabajo, desde que cada uno de los términos de esta ecuación depende del otro. Es oportuno en el marco de estas reflexiones traer a colación el aporte de la directora de Asuntos Internacionales de la Confederación de Sindicatos de Noruega, Diis Bohn, quien en declaraciones al suplemento Economía y Mercado del diario El País, sostuvo que en su país se ha llegado a un grado de relacionamiento entre los sindicatos, empresas y gobierno que permite evitar o prevenir situaciones traumáticas en la relación laboral, lo que genera ámbitos de discusión maduros para mitigar conflictos inevitables en la lucha de intereses, y así dirimir las diferencias sin perjuicio mutuo, a la sociedad y al país por pérdidas en producción y jornales trabajados. Consultada sobre cómo se procesan las relaciones laborales en su país y en Europa, evaluó que “existe una larga tradición de cooperación, basada en el respeto y apuntando a objetivos comunes. Pero obviamente, en los países donde la crisis ha pegado más duramente y entre otras cosas hubo rebajas salariales, el clima no es el mismo. En los países nórdicos no tenemos grandes problemas, hemos sobrevivido a este trance sin grandes dificultades. En Noruega el gobierno enfocó la crisis desde la necesidad de aumentar el empleo, mayor inversión pública y privada, más trabajo, y eso permitió superar la situación, fue un empuje importante para el consumo privado”.
Estos apuntes naturalmente refieren a una estrategia coyuntural para enfrentar la crisis europea que se ha extendido a partir de 2008, con altibajos, y que todavía persiste, pero muestran un escenario estructural diferente del de Uruguay, de América Latina y de otros países europeos del sur, donde la crisis ha sido realmente muy sentida y de la que todavía no se ha salido.
Tampoco pueden compararse los niveles de vida y por lo tanto la entidad de los reclamos en juego en la relación salarial como se da en nuestro medio, pero sin dudas la base de afrontar las diferencias ya tiene hondas raíces culturales, que pasan sobre todo por asumir responsabilidades mutuas sin echarle siempre la culpa al otro por los problemas y la falta de acuerdo. Entre otras manifestaciones de esta confrontación clasista, figura a menudo la huelga con ocupación, lo que en los hechos es una forma de expropiación y violación de los derechos de propiedad recogidos en nuestra en Constitución nacional.
La doctora Bohn subrayó que en su país entre empresas y trabajadores “manejamos el concepto de socios en las buenas y en las malas épocas”, lo que deriva en un proceso de diálogo sincero en busca del acuerdo antes de llegar a la huelga, al punto que “los negociadores tienen que tener claro cuáles son las distintas etapas, cuál es la demanda, cuál es el margen de negociación y cuándo debemos detener la medida”.
En Noruega, las ocupaciones “no existen, no tenemos, no está dentro del menú de opciones del sindicato”, y lo que se hace es instalarse fuera de la empresa, con guardias durante 24 horas para que nadie entre a trabajar y “en el caso de aparecer rompehuelgas tratamos de conversar con ellos y les mostramos cual es la realidad por la cual estamos llevando adelante el conflicto. Generalmente son muy pocos los que entran a trabajar”, reflexionó. Es decir que la premisa es que en un marco de libertad y derecho, no se coarte la libertad de trabajo de nadie ni se perjudique al trabajador y la empresa, lo que dista un abismo de cómo se procesan los conflictos en nuestro país.
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