Paysandú, Sábado 12 de Julio de 2014
Opinion | 11 Jul El Mundial de Fútbol va camino a su parte culminante, cuando solamente quedan en la lid cuatro selecciones nacionales. Uruguay quedó por el camino hace muchos gritos de gol atrás, en el puesto décimosegundo. Ni tan malo, ni tan bueno. Y nada mal para un paisito así de chiquito, de extensas como despobladas praderas, que sabe de exportar jugadores de fútbol como materia prima para que en otros lares se hagan enormes negocios.
Otros países de por aquí, más o menos cerca, caso de Chile y Colombia también han quedado fuera de la competencia global del balompié. No obstante, en todos --y nosotros como el que más-- persiste la pasión mundialista, no ya como plácidos espectadores --como era de suponer para quienes ya no ven su camiseta nacional en competencia-- sino como activos hinchas.
Bien curioso es, aunque no nuevo, el hecho de que dependiendo los contrincantes, se apoye a uno u otro equipo; uno hoy, mañana otro y así por el estilo.
Más curioso, pero nada nuevo tampoco, el espíritu que nos lleva a ir contra quienes se supone son nuestros vecinos. Seamos francos, ¿cuántos “alemanes” había durante el encuentro en que Alemania apabulló a Brasil, hermano y compañero latinoamericano desde siempre? Sigamos siendo francos, ¿cuántos “holandeses” hubo cuando el partido en que Argentina pasó a la final del campeonato tras vencer a Holanda? Y nadie puede negar los lazos entre uruguayos y argentinos, más allá de Gardel, el dulce de leche y Cristina y sus locas pasiones.
Pero estábamos ahí, con el corazón celeste de siempre, pero la camiseta de teutones en un caso, de holandeses en otro. Y no por eso dejamos de ser ni latinoamericanos ni amigos de brasileños y argentinos.
“Shameful joy” dicen los ingleses (a los que dejamos fuera de la copa que no ni no) de ese particular sentimiento que nos lleva a celebrar el dolor ajeno, o desear el dolor ajeno.
La “masacre” de Brasil dentro del campo de juego probablemente haga olvidar la afrenta de Obdulio y aquellos locos del cincuenta. O quizás no. Pero sí puso alegría en el rostro de muchos de nosotros. Y no es que seamos envidiosos, es una forma de ver el mundo. Que ni empieza ni termina en el mundo. Que se expone en cualquier tipo de relación humana (laboral, sentimental, intelectual), aun cuando --cierto es-- aflora con más facilidad entre rivales en eventos deportivos.
Siempre se debe tratar de ser feliz, es verdad. Quizás por eso muchos se sintieron alemanes y holandeses. Por la búsqueda del placer de ver sufrir a los vecinos. Si los que sufren son los europeos, lejos como están, uno al fin y al cabo ni se entera.
No obstante, no hay camino sin dolor. Por tanto, lo mejor es disfrutar de los logros propios (dejar fuera a Inglaterra e Italia en el caso del Mundial), que de los sufrimientos ajenos (el de Brasil y el deseado y no concretado de Argentina). La verdadera alegría es nuestra, lo mismo que el sufrimiento. Lo de los demás, es de ellos. Ni fu, ni fa.
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