Paysandú, Miércoles 16 de Julio de 2014
Opinion | 09 Jul La creciente del río Uruguay, amortiguada sin duda por la operación de la represa de Salto Grande, que mitigó el impacto al contener buena parte del caudal que llegaba desde el Alto Uruguay, donde las inundaciones dieron severos golpes al sur de Brasil y al Norte argentino (al tiempo que también Paraguay tuvo cientos de miles de evacuados), volvió a dejar al descubierto la escasez de vivienda que sufre el país, y que se aprecia ante cada emergencia.
En el litoral, son las inundaciones las que dejan al descubierto la misma, en tanto en otras áreas el viento expone la falta de viviendas, especialmente para los sectores menos favorecidos. Más allá de las políticas sociales, de los alcances que con orgullo exponen los ministerios de Vivienda y de Desarrollo Social no lograron cubrir las necesidades.
Hay aún una gran cantidad de uruguayos que no tienen acceso alguno a la vivienda, porque no tienen un empleo estable, porque se encuentran por debajo de la línea de pobreza, porque no pueden siquiera soñar con otra vivienda que no sea una construida con desechos de otros, especialmente maderas y metales.
Es un mal crónico, no tiene color partidario ni mucho menos. Las acciones que se vienen realizando para erradicar viviendas cerca de los cursos de agua, en Paysandú el Uruguay, la Curtiembre y el Sacra están bien encaminados, pero no podrán resolver la necesidad de todos. Por otra parte, la emigración desde sectores rurales a la ciudad continúa, y en general la primera radicación se da en el anillo de la ciudad, en el sector más expuesto a las inundaciones y otros fenómenos.
No hay dudas que se hacen esfuerzos, pero quizás se esté visualizando un horizonte erróneo, como cuando se llevó --se extirpó-- a un grupo de familias desde la costa al hoy conocido como barrio Río Uruguay, que hoy tiene características de asentamiento, rodeado por la ciudad.
Lo que quienes viven en cotas por debajo del límite permitido de construcción piden viviendas dignas, pero no necesariamente hecha con materiales tradicionales. Quizás sea tiempo de escucharlos, porque tienen razón cuando afirman que no viven en esos lugares por gusto, mas sí porque no tienen opción.
Aunque lentamente, crece la construcción natural, con barro, pasto y otros materiales similares, de muy bajo costo y de gran impacto social pues exigen la construcción comunitaria. Por otro lado, ejemplos como el de la organización Techo --expandida por Latinoamérica-- muestran un camino también alternativo pero razonable para quienes viven en espacios fácilmente inundables.
Hay que pensar en lo que ese sector pleno en desigualdades demanda como vivienda digna. Porque lo que ellos piden resulta de muy bajo costo, lo que permitiría una solución rápida de un problema que parece ya eterno.
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