Paysandú, Martes 22 de Julio de 2014
Opinion | 21 Jul En el Día de la Prevención del Suicidio, que se recordó el pasado 17 de julio, hablaron del tema algunos programas periodísticos a nivel nacional, que a través de sus producciones organizaron entrevistas con referentes técnicos. Aparte de los medios de comunicación, muy poco se habló del asunto.
A pesar de que la atención se encontraba focalizada en una diversidad de temas, había quedado algo de espacio para hablar de un flagelo que se llevó la vida de 541 personas el año pasado.
Ese día, el Ministerio de Salud Pública presentó las cifras oficiales. “Mientras que en 2013 hubo 541 suicidios, en 2012 se registraron 554, y en el 2011 hubo 578”, indica el informe y señala una “muy lenta” disminución de los casos. El lema “Todos podemos ayudar. Sí a la vida” interpela al compromiso que las sociedades mantienen sobre esta problemática, en tanto Uruguay sigue ocupando el segundo lugar en América Latina, detrás de Cuba.
Los mayores niveles se constatan entre jóvenes de 14 y 29 años y adultos mayores de 65 años. En el caso de los adolescentes, se trata de una problemática que afecta a 11 de cada 100.000 personas y por cada suicidio hay entre 15 y 20 intentos.
El suicidio no hace diferencias entre los diversos tipos de núcleos familiares existentes, sin embargo se repite el esquema de soledad, tristeza e inconformidad con una manera de ser. La violencia, en sus diversas expresiones, permanece íntimamente ligada a esta consecuencia y no existe una percepción real en la ciudadanía acerca del problema. No obstante, de mantenerse estos guarismos, el suicidio será la segunda causa de muerte en Uruguay en 2020.
La necesidad de un involucramiento real de los referentes familiares en las actividades de los jóvenes, aparece en el primer lugar de las recomendaciones de los organismos oficiales con actuación en la materia, tales como el Ministerio de Salud Pública o de Desarrollo Social.
Y aunque parezca increíble, se vuelve necesaria la sugerencia de “contribuir a la creación de un clima favorable para la conversación y escucha sin prejuicios, estimular la participación de los adolescentes en actividades grupales y con sus amigos, observar signos de preocupación, soledad, baja autoestima, tristeza y estimular la crianza no machista”.
Parecen referencias obvias y, además, vitales en el desarrollo de una persona. Sin embargo, se hace necesaria su reiteración porque algo sigue fallando entre quienes deben contener y ayudar.
Por otro lado la evidencia demuestra, nuevamente, que la mejora en la accesibilidad y algunos guarismos económicos no siempre se reflejan en el alma.
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