Paysandú, Viernes 01 de Agosto de 2014
Opinion | 28 Jul En más de una oportunidad hemos señalado que pese al crecimiento logrado en la última década, el Uruguay necesita apuntalar este mejor desenvolvimiento con elementos estructurales que permitan dar sustentabilidad y mejorar la calidad de las fuentes de trabajo y los puestos laborales, lo que conlleva nuevos desafíos desde el punto de vista de la calidad de la educación y la capacitación, pero a la vez promoviendo oportunidades a tono.
Ello indica que en el caso de un país que como el Uruguay necesita acompañar el crecimiento con desarrollo, este es un escenario que resulta impostergable, que no es cosa de un período de gobierno ni de dos, porque se traduce fundamentalmente en poner el conocimiento al alcance de las nuevas generaciones para contar con un instrumento fundamental en apoyo al desarrollo y la mejora de la calidad de vida de la población.
En este contexto, la evolución siguiente a la fase actual pasa por la incorporación de valor agregado, que es un aspecto decisivo en el caso de las pequeñas economías como la uruguaya, que necesita establecer un valor diferencial más allá de su perfil de exportador de commodities y a la vez captar inversiones de empresas que necesitan técnicos y mano de obra capacitada como condición indispensable para instalarse y eventualmente reinvertir.
A las ventajas naturales que tiene notoriamente Uruguay para estas producciones primarias, debe agregarse el capital humano indispensable para potenciar atractivos y recibir inversión. Ello conlleva incorporar condiciones indispensables para estar a tono con este desafío, que implica por ejemplo encarar de una buena vez una reforma de la educación en todos sus niveles, en un marco de modernización y universalización que entre otros aspectos evite seguir cayendo en calidad.
Y todo intento que se haga naturalmente está lejos de encajar en la esencia de la Ley de Educación aprobada durante la administración de Tabaré Vázquez, que solo ha distribuido entre los gremios las cuotas de poder en el gobierno de la enseñanza, y que surgió de la presión de las gremiales del sector luego de asambleas en las que solo participaron los directamente interesados, con la población y los destinatarios de la educación al margen.
Así, la capacitación y el valor diferencial de la calidad requieren por ejemplo contar con una enseñanza técnica y universitaria a tono con los tiempos, libre de prejuicios ideológicos como el intento de mantener la omnipresencia y exclusividad del Estado en áreas en las que es posible y sobre todo necesario contar con el aporte privado, incluyendo la participación de empresas para invertir en la formación del capital humano que se requiere, teniendo en cuenta que son los demandantes de mano de obra y especialmente de personal calificado.
Lamentablemente, en todos estos años, con muy contadas excepciones, lejos de actualizarse, nuestro país se ha mantenido aferrado a los viejos moldes y al mismo tiempo perdiendo sistemáticamente calidad, lo que además va de la mano con la degradación de valores en nuestra sociedad.
Hay ejemplos en el mundo, otras realidades sin dudas, que orientan sobre lo que debería hacerse para ponernos a tono con los desafíos de estos tiempos, como es el caso de países emergentes como la India, que ya ha logrado encaminarse en la senda del desarrollo, pese a sus carencias y grandes contradicciones, al haber multiplicado en los últimos años su Producto Bruto Interno, mediante inversión extranjera que ha ido de la mano con la incorporación de infraestructura y mejora de la calidad de vida de amplios sectores de la población.
Para avanzar en esta dirección, la nación asiática ha establecido objetivos claros que se han incorporado ya como políticas de Estado, que es la única forma en que se pueden obtener resultados a mediano y largo plazo por encima del partido que esté en el gobierno y para lo que naturalmente es preciso un consenso político ante el imperativo del bienestar común.
En este esquema es que resulta imprescindible consolidar un pilar básico para el desarrollo, como el contar con un buen nivel de educación superior, capital de riesgo disponible y ciudadanos emprendedores, pero con el sostén y el elemento catalizador que constituye una educación terciaria que fomente la combinación del conocimiento teórico con su aplicación práctica, lo que en gran medida no se da en nuestro país, al contar con una educación de perfil humanista y teórico en lo que respecta a la educación secundaria, cuando además por muchos años se tuvo a la enseñanza técnica en segundo orden.
Paralelamente, otro elemento indispensable para potenciar el esquema pasa por promover desde el Estado instrumentos que promuevan la creación de fondos de riesgo, públicos y privados, que generan las condiciones para el desarrollo de emprendimientos de pequeña envergadura en principio, pero con buenas perspectivas de crecimiento.
Debe tenerse presente además que el sector privado es por esencia el motor del desarrollo y la inversión, pero resulta impensable que pueda embarcarse por sí solo en estos riesgos si a la vez no se cuenta con instrumentos como mayores incentivos fiscales para las inversiones en conocimiento y emprendimientos que sustenten el desarrollo, además de una legislación más eficaz para proteger la propiedad intelectual y para estimular al máximo la participación de profesionales y emprendedores que se vuelquen a este tipo de emprendimientos.
Pero además, en la era del conocimiento no todo pasa por este factor, sino que hay que acompañar la capacitación con otros instrumentos, promoviendo por ejemplo el espíritu emprendedor de las nuevas generaciones, dejando atrás el viejo ideal de tratar de acceder al puesto público de por vida, y en cambio promover y potenciar condiciones para favorecer el acometimiento empresarial. Sin dudas que este es el camino clave y diferenciador para generar riqueza, puestos de trabajo genuinos y enriquecedor de la trama socioeconómica del país, con la premisa de estimular el espíritu de superación, en lugar de hacer un culto de la mediocridad y la pobreza, de igualar hacia abajo como si fuera un mérito en lugar de una rémora.
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