Paysandú, Domingo 10 de Agosto de 2014
Opinion | 03 Ago En los últimos días, docentes y profesionales detectaron a través de las redes sociales que en Maldonado un grupo de adolescentes, algunos de 12 años, manifestó la voluntad de suicidarse o autoflagelarse y como terrible casualidad, algo similar había ocurrido en Río Negro en 2013 a esta misma altura del año.
Mientras los políticos discuten sobre la pertinencia o inconveniencia de que un candidato haga una demostración de acrobacia y se la dedique a otro, o polemicen sobre la juventud de uno en oposición a la madurez de su contrincante e incluso esa veteranía le permita retroceder en el tiempo una y otra vez para referirse a lo mal que estábamos antes, hoy vemos cómo seres tan valiosos manifiestan su hastío a tal punto que ya no quieren vivir.
Según datos oficiales, entre 2004 y 2009 once adolescentes y jóvenes de 10 a 24 años se quitaron la vida y a pesar de la insistencia en regular los medios de comunicación audiovisual, porque --entre otros aspectos-- han señalado que muestra demasiada violencia, omitieron un pequeño detalle al dejar fuera a las redes sociales en general, que --claro está-- no hay demasiadas opciones para controlar desde el aparato estatal.
El director departamental de Salud de Río Negro, Gerardo Valiero, había alertado el año pasado una especial atención “porque hoy es uno de los principales medios de comunicación que tienen los gurises y de pronto los amigos pueden advertir signos de alarma que se manifiesten allí y recurrir a los equipos de salud existente para tratar de brindar la asistencia”.
Claro que la familia como tal debería contener y limitar, pero es evidente que no ocurre a juzgar por los ejemplos detallados.
Por otro lado, se debe reconocer que estos guarismos presentan los casos consumados pero no demuestran la cantidad de intentos o autoflagelaciones que el personal de salud aprendió a conocer de primera mano.
El año pasado, tras el suicidio de una alumna de 14 años, la comunidad educativa del Liceo Nº2 de Fray Bentos decidió dejar de lado las actividades curriculares por unos días para hablar de este tema que había consternado a los adolescentes y los docentes quedaron sorprendidos por lo que encontraron.
Ahora en Maldonado, el grupo Zonta y Rotary comenzará el ciclo denominado “Fortaleciendo el porvenir” para ayudar a adolescentes, padres y docentes a no perder los vínculos por el abuso de una tecnología a la que todos accedemos, pero que no se controla.
Aunque no sea un discurso atractivo para la tribuna ni tampoco capte votos, es bueno recordar que éstos adolescentes no nacieron en los 90 y que las familias no comenzaron a disgregarse por esas fechas. Y también son hijos de la tecnología: de la Ceibalita, la tablet, el smartphone y el Facebook, que es el común denominador. Sería imprescindible también que este asunto se tome como una “bandera” para que no siga detonando en las manos de una sociedad polarizada entre la victimización o la indiferencia.
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