Paysandú, Lunes 11 de Agosto de 2014
Opinion | 08 Ago Hay muchos que niegan la existencia de la belleza eterna, pero esta está allí, viva para probarlo más allá de los tiempos, de la vorágine de los acontecimientos, del inocultable espíritu destructivo del ser humano. La belleza eterna existe, de eso no hay dudas. Pero cobra un alto precio. Altísimo. Y es que solo se otorga a cambio de la muerte en el esplendor de la vida. Cuando el 5 de agosto de 1962 --esta misma semana se cumplieron 52 años de aquel aciago día-- Marilyn Monroe fue hallada muerta en su habitación, desnuda para matar, con el esplendor de sus 36 años, trocó su vida terrenal por la belleza eterna. Más allá de la causa de su muerte, pues aún hay dudas en torno a si fue un suicidio o un asesinato digitado desde las sombras del poder de los Kennedy, la belleza tiene su paradigma en Marilyn Monroe, entre otras mujeres que abandonaron este mundo tan bellas como se las recuerda.
Incluso hay bellezas que murieron aun cuando siguieron viviendo. Porque Greta Garbo será siempre Ninotchka (1940), Marlene Dietrich la Lola Lola de “El ángel azul” (1933) o Brigitte Bardot la Ivette Maudet de “En caso de desgracia” (1958).
El ser humano podrá decir mil veces que lo importante no es la belleza, pero la seguimos buscando día tras día, alimentando las ganancias de todo aquel que promete mantener o aumentar la belleza con tal o cual producto, desde la vecina que acerca entre susurros una receta casera que le ha dado excelentes resultados para mantener su piel rozagante y juvenil (y su propio rostro pone en duda el resultado), hasta los anuncios de las multinacionales que “acaban” de descubrir una nueva y milagrosa sustancia que “ahora sí” hará posible que la belleza sea nuestra amiga por un tiempo más prolongado.
Y no solamente es cuestión de productos, también de servicios vinculados con la buena imagen personal, fundamental para la primera carta de presentación, en esta sociedad tan de la imagen, más allá que siga vigente el viejo adagio de que a la mona aunque se la vista de seda, mona se queda.
Está prohibido envejecer. Los padres se parecen a sus hijos y no al revés; se vuelven cancheros, se visten de marca y la van de wachiturros. Hay que tener la piel tersa, los labios rellenos de botox, el pelo teñido y varios liftings. La cuestión es parecer.
Qué lío con esto de la belleza, tan profundo que viene desde cuando Eva andaba en piel, hasta que se dio cuenta que ya no era una piba y su cuerpo mostraba el paso del tiempo. Que pasa. Más allá de todos los esfuerzos que se hagan por mantenernos jóvenes. La belleza eterna existe. Pero es demasiado extrema. Es morir en plena juventud para vivir bellos. Menuda oferta. Mejor ser bello como la banana. Quien quiera verla, que nos conozca. Después de todo, ya lo dijo Roberto Benigni, la vida es bella. Aunque a veces nos cueste tanto comprenderlo.
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