Paysandú, Lunes 08 de Septiembre de 2014
Opinion | 03 Sep Los gobiernos “progresistas” del subcontinente, que han surgido sobre todo en la última década, han coincidido en sus administraciones con un escenario muy favorable en la economía mundial para las exportaciones de los productos primarios, sobre las que se apoyan fundamentalmente los países sudamericanos, partiendo desde el petróleo venezolano a los minerales de países como Perú y Bolivia, así como granos y ganadería en naciones más hacia el sur, pero en todos los casos aprovechando buenos precios impulsados por las compras de China, lo que todavía se mantiene en buena medida. Por otra parte, la crisis --primero de Estados Unidos y luego de Europa-- expulsó grandes masas de dinero hacia los mercados emergentes, porque las tasas de interés en el Primer Mundo no eran atractivas, hasta ahora.
Estas condiciones permitieron que los respectivos gobiernos, que son la mayoría en el Cono Sur, gozaran de ingresos adicionales que fueron una tabla de salvación para economías debilitadas como consecuencia de condiciones adversas de años anteriores, pero también por políticas equivocadas y sin sustentabilidad.
Las respuestas de los gobiernos izquierdistas tuvieron matices, con la tentación populista que fue un común denominador, y hemos tenido así extremos como los desquicios mayúsculos que promovió el desaparecido expresidente Hugo Chávez en Venezuela, con un “socialismo bolivariano” que a pura demagogia y voluntarismo demolió la economía del país caribeño, con el agregado de políticas continuistas del actual mandatario Nicolás Maduro, que han puesto al país al borde del precipicio.
Es así que en un país que se levanta sobre un mar de petróleo, existe una carestía impresionante, faltan hasta los artículos de primera necesidad más inverosímiles, no produce absolutamente nada, es atenazado por una inflación galopante --la más alta de América-- y tiene un déficit fiscal atroz. Del socialismo bolivariano --aparte del pajarito que de vez en cuando le habla a Maduro-- solo quedan eslóganes vacíos, y ya nadie en el mundo cree en la supuesta conspiración internacional, el imperialismo norteamericano y otras amenazas extranjeras como causa de los males caraqueños.
Pero la izquierda latinoamericana, incluido Uruguay, ha ido creando modelos o paradigmas de “socialismos” que se han tomado como ideales, mostrándolos como sistemas exitosos que había que imitar. Fue así que en algún momento se pensó en el socialismo español como un modelo que funciona, y cuando se pasó a una crisis inédita en ese país, precisamente por vicios en los que tuvo gran incidencia el vivir por encima de las posibilidades y voluntarismos que no se pudo financiar, se puso los ojos en lo que se ha hecho en Brasil a partir del gobierno socialista de Lula, y el de la Argentina de los Kirchner, en ambos casos gobiernos “progresistas” que según sus admiradores en esta orilla, habían logrado avances sustanciales en igualdad social y estaban en pleno camino hacia el desarrollo. Y mejor aún, en el caso de Argentina burlándose del sistema financiero internacional.
Pero la realidad tarde o temprano golpea, y hoy nos encontramos con que las economías que habían sido señaladas como ejemplo --descartada la Cuba vegetante y la desaparecida Unión Soviética--, tales como Venezuela, los socialismos de España, Francia, están todos en serios problemas por falta de sustentabilidad del sistema, y a la vez la competitividad de esos países está seriamente afectada, lo que compromete la recuperación en el mediano plazo.
En tanto, la potencia siempre por despegar de Sudamérica, Brasil, se encuentra ya en recesión, con dos trimestres seguidos en los que ha bajado el Producto Bruto Interno (PBI), con la presidenta Dilma Rousseff cayendo sistemáticamente en las encuestas, porque --según los sondeos-- la población está agobiada por los impuestos, imprescindibles para sostener las políticas sociales que tampoco han solucionado los problemas del pueblo. Para peor, el aumento en las tasas de interés de Estados Unidos ha vuelto a captar los capitales que hasta hace poco venían en masa hacia la gran promesa de Latinoamérica, y ahora Brasil se encuentra sin inversiones y además, tremendamente caro para producir.
Ni que decir de la Argentina de Cristina Fernández, en default técnico, con un dólar paralelo por las nubes y con la inminencia de una nueva devaluación, que sigue cerrada a las importaciones, alta inflación, fuertes impuestos y mantiene políticas proteccionistas a contramano del mundo.
En ambos casos, nos encontramos ante duros fracasos de los referentes de la izquierda en el cono sur, porque basaron sus políticas en una coyuntura extraordinaria y tomaron los resultados como éxitos de gestión. Y se convencieron tanto de lo bien que hacían las cosas que gastaron todo lo que les llovió de dinero, y además comprometieron los ingresos que las proyecciones hechas sobre esta irreal coyuntura aseguraban para el futuro. Ahora la realidad golpea de nuevo, aun cuando todavía no estamos tan mal, porque al fin y al cabo los productos primarios siguen pagándose bastante bien y son demandados, aunque no tanto como hace unos años.
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