Paysandú, Lunes 15 de Septiembre de 2014
Opinion | 15 Sep Con el paso de las décadas, las exigencias en cuanto a la enseñanza y la formación profesional plantean nuevos desafíos, sobre todo para países como Uruguay, que sigue dependiendo de productos primarios en las exportaciones, pero que a la vez requiere industrialización e incorporación de tecnología, así como mano de obra especializada.
Esta encrucijada que se presenta al país no puede ser solo cosa de un gobierno ni de dos, sino del presente y el futuro, apuntando a ofrecer una mejor educación y capacitación, a efectos de poner el conocimiento al alcance de las nuevas generaciones en apoyo al desarrollo y la mejora de la calidad de vida de la población.
Esta problemática es por cierto muy vasta y constituye un aspecto fundamental sobre todo para las pequeñas economías como la uruguaya, que necesita establecer un valor diferencial más allá de su carácter de exportador de “commodities” y a la vez captar inversiones de empresas que tienen el “know how”, pero que necesitan técnicos y mano de obra capacitada como condición indispensable para instalarse y eventualmente reinvertir.
Tenemos el antecedente de los países denominados “emergentes”, una de cuyas características es el de proporcionar mano de obra barata a los inversores, a la vez de generar condiciones muy flexibles para la inversión en materia de preservación del medio ambiente y explotación de los recursos naturales, los que actualmente constituyen elementos indeseables, y si bien esta flexibilidad en buena medida está en retroceso, esta disposición sigue manifestándose en algunas naciones que cierran los ojos con tal de captar capitales para por lo menos paliar el subdesarrollo crónico.
Igualmente, por más ventajas comparativas y facilidades que se ofrezcan, a esta altura del tercer milenio los antes denominados países subdesarrollados y luego en vías de desarrollo, --como si el título fuera a cambiar la realidad-- a sus ventajas naturales deben agregar el capital humano indispensable para potenciar atractivos y recibir la inversión que haga la diferencia para su desarrollo.
En el Uruguay hemos tenido en la última década una bonanza por el entorno internacional favorable, que ha dependido prácticamente en forma exclusiva de que sigan manteniéndose los buenos precios de las materias primas que exporta, pero es fundamental reducir nuestra vulnerabilidad mediante la consolidación y la diversificación, apuntando a la evolución tecnológica, a la incorporación de valor agregado y a la apuesta a la calidad por encima de la cantidad.
Pero es impensable lograrlo si no encaramos de una vez por todas una reforma de la educación en todos sus niveles, con aportes de diverso origen pero precisamente situándonos en las antípodas de la Ley de Educación vigente, que solo se ocupa de distribuir el poder en el gobierno de la enseñanza, que surgió de la presión de las gremiales del sector luego de las asambleas “populares”, en las que solo participaron los directamente interesados, con la población al margen.
Sobre todo, urge evolucionar a una enseñanza técnica y universitaria a tono con los tiempos, libre de prejuicios ideológicos, como el intento de mantener la omnipresencia y exclusividad del Estado en áreas en las que es posible y más aún, necesario, contar con el aporte privado, incluyendo la participación de empresas para invertir en la formación del capital humano que requiere el país.
Hay países emergentes, como la India, que han sido un buen ejemplo de lo que se puede hacer cuando hay un objetivo claro y se traza como política de Estado, que es la única forma en que se pueden obtener resultados a mediano y largo plazo.
Indudablemente, debe ponerse énfasis en potenciar los recursos humanos que tiene nuestro país, como es el caso de la materia informática, donde hay profesionales que no solo cuentan con un sólido bagaje de conocimientos teóricos, sino que también han adquirido destrezas que les permiten desempeñarse sin ninguna clase de dificultades para resolver problemas que se les presentan a empresas internacionales que promueven la inversión fuera de fronteras.
Es indudable que cualquier país --sobre todo los subdesarrollados como el nuestro-- para aspirar al crecimiento sustentable debe contar con un buen nivel de educación superior, capitales de riesgo y emprendedores, con una palanca fundamental en un sistema universitario que fomente la combinación del conocimiento teórico con su aplicación práctica, de la misma forma que sus escuelas técnicas e institutos de capacitación, a partir además de una profunda revisión de la esencia de los programas de enseñanza secundaria, donde el estudiante se pierde en un mar de generalidades y abstracciones a la que no encuentra aplicación práctica.
Pero por ahora, se ha hecho poco y nada para revertir este escenario, por lo que seguimos perdiendo rueda respecto a los países que avanzan con rumbo firme, más allá de las coyunturas, teniendo en cuenta que no hay siquiera un diagnóstico real de las dificultades en nuestro sistema educativo y menos aún propuestas valederas para revertir este escenario, con autoridades de los organismos de dirección y el propio gobierno sometidas a presiones de los gremios de la enseñanza y con éstos solamente jugando para sus propios intereses, los que están muy lejos de coincidir con el interés general.
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