Paysandú, Domingo 28 de Septiembre de 2014
Opinion | 23 Sep Hay consenso respecto a que América Latina está gradualmente saliendo de una “década de oro”, en la que la región ha gozado de un período de bonanza respecto a escenarios muy complicados, que ha derivado en una mejora de la calidad de vida de sus pueblos, entre otros factores, pero naturalmente todavía lejos de las de otras poblaciones, como las de los países desarrollados, aun cuando éstos atraviesen tiempos de crisis.
Pero en medio de esta bonanza resultaría inapropiado y ajeno a la realidad evaluar la región como un todo, porque los analistas coinciden en señalar que entre los países de América Latina hay diversidad de situaciones: los hay con bajas calificaciones, declaratorias de default, recesiones e incluso crisis, pero aún en esta heterogeneidad se percibe que estamos en el final de la fiesta para muchas de las economías del subcontinente.
Así tenemos por ejemplo a Brasil, la eterna gran potencia mundial que nunca llega y que ahora atraviesa una recesión técnica, en tanto en el desquicio de la gestión de Hugo Chávez y Nicolás Maduro, Venezuela aparece golpeada por millonarias deudas y una ascendente inflación, en medio de la desintegración de su ya muy escaso aparato productivo y desabastecimiento; mientras que Argentina expone una mezcla de estos factores, y con un pronóstico mucho más que incierto, pese a su gran potencial y recursos naturales.
Como contrapartida, los países de la Alianza del Pacífico (Chile, Colombia, México y Perú) presentan un crecimiento considerable, del orden del 3% este año y un 4% el próximo, según sus proyecciones.
Y aunque las previsiones de crecimiento para la región (menos del 2% del PBI para 2014) parecen sombrías después de años registrando topes del 5% y 6%, el hecho de que el “boom” económico no haya sido seguido de un colapso generalizado es una buena noticia, dicen los expertos.
“En el pasado, en cualquiera de estas situaciones, el marco de políticas en América Latina magnificaba los problemas”, dijo Augusto de la Torre, jefe del Banco Mundial para la región, para agregar que “Latinoamérica en esos años (los 80 y los 90) era una región propensa a auges y caídas”.
Las reformas clave que han rescatado a parte de la región de ese ciclo son macroeconómicas, destacó De la Torre, elogiando a los bancos centrales del “primer mundo” y a las políticas monetarias que ahora gobiernan el escenario económico de la Alianza del Pacífico.
A estas se suman las políticas prudentes en países que capitalizaron el “boom” para acumular reservas internacionales, estimó Juan Ruiz, economista jefe para América del Sur del banco español BBVA. “Actualmente es difícil hablar de América Latina como una sola región porque hay mucha heterogeneidad”, apuntó, y consideró que “hay países que gestionaron bien los buenos tiempos y se mantuvieron para no caer en políticas populistas, manteniendo una sólida gestión macroeconómica. Y hay países que no lo hicieron”, como es el caso de la mayor economía de la región, Brasil.
Durante el auge, con el estímulo económico de Estados Unidos en los mercados emergentes y una China demandante en la compra de materias primas especialmente caras, la economía de Brasil registró un crecimiento del 4,5% en cinco años hasta 2010, donde alcanzó un pico del 7,5%.
Esa expansión fue combinada con programas sociales que apuntaron a que unos 30 millones de brasileños pobres pasaran a ser la nueva clase media, que fueron parte de los 75 millones de latinoamericanos que salieron de la pobreza en una década.
Los analistas indican empero que la caída de Brasil en recesión fue especialmente dura porque en lugar de ahorrar, financió programas de bienestar a expensas de las inversiones que no se hicieron en infraestructura para el desarrollo, y este es precisamente el problema de las naciones que pusieron en práctica políticas voluntaristas y se gastaron el dinero en políticas sociales sin sustentabilidad, que sacaron artificialmente de la pobreza a millones de personas a expensas de una fuerte transferencia del Estado, es decir el dinero de los demás, sin que los beneficiarios contaran con herramientas para desenvolverse por sus propios medios y mantener la calidad de vida “prestada”.
Administraciones como la de Brasil, demasiados grandes, costosas y pesadas, aún son un problema estructural en varios países de la región, dijo Carlos Sabino, economista de la Universidad Francisco Marroquin de Guatemala.
“Cuando la situación es buena, no hay problema. Eso se aguanta. El Estado recibe muchos ingresos y todo parece que va de maravilla. Pero nunca se dan cuenta de que esos ingresos van a subir y van a bajar de acuerdo al precio de las materias primas”, explicó a la agencia noticiosa AFP.
En este contexto no puede omitirse la situación de Uruguay, donde se han conjugado factores negativos como este tipo de Estado pesado y sobredimensionado, además de ineficiente, gastando millones en empresas inviables y planes sociales para todo, desde profesores y maestros especiales para acompañar al joven que no le interesa estudiar, hasta ejércitos de asistentes sociales, sicólogos, sociólogos, etcétera, para determinar las “verdaderas causas” de la delincuencia, por ejemplo, en lugar de combatirla.
Por lo tanto, en esta heterogeneidad hay países que han hecho las cosas bien, otros más o menos y otros sencillamente han dilapidado recursos en base a voluntarismos por intereses político electorales, y por cierto, una vez que se pasa raya tras la “década de oro” --que ojalá pueda tener un plus por lo menos de algunos años más-- tras la espuma se verá quienes han hecho realmente por el presente y el futuro de sus pueblos, y quienes solo han malgastado el dinero para vivir el momento y alimentar ilusiones para terminar solo con más frustraciones.
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