Paysandú, Lunes 06 de Octubre de 2014
Opinion | 06 Oct Los requerimientos en materia de seguridad social sin dudas comprenden un amplio espectro, que difieren entre cada país y región, de acuerdo a los recursos y organización institucional, así como de cada cultura, entre otras condicionantes que se dan medida en todo el planeta, aunque las prioridades y déficit registran amplias asimetrías.
En el marco de esta problemática, un informe de la Organización Internacional del Trabajo (OIT) --agencia de la ONU-- publicado en Ginebra, indica que más del 70 por ciento de la población mundial no tiene verdadera protección social, cifras que “revelan que la mayoría de la gente” no tiene protección social suficiente cuando es más que nunca necesaria.
El organismo mundial indica en esta evaluación que en promedio casi un 40 por ciento de la población mundial no tiene acceso a cuidados de salud, pero en los países pobres, teniendo en cuenta las asimetrías a que nos referíamos, este porcentaje es del 90 por ciento y serían necesarios más de diez millones de colaboradores para garantizar un servicio de salud de calidad para quienes lo necesitan.
Respecto a las jubilaciones, la OIT indica que casi la mitad, más precisamente un 40 por ciento de las personas que han superado la edad de la jubilación, no reciben ninguna pensión, pero como contrapartida tenemos que solamente el 30 por ciento de los trabajadores en el mundo pagan cotizaciones para jubilación y además muchas de las jubilaciones devengadas están por debajo del umbral de pobreza.
Son a la vez muy acentuadas las diferencias en los gastos de protección social, en caso de desempleo, invalidez parcial o accidente de trabajo, que varían mucho de un país a otro, al punto que pasan del 0,5 del conjunto de los gastos en Africa a 5,9 por ciento en Europa Occidental, es decir casi 12 veces más, de acuerdo a este análisis.
Precisamente el escenario internacional es muy diverso en cuanto a este panorama social, por cuanto citando extremos, tenemos por un lado al Africa profunda, donde los índices son sin dudas los más bajos, y por otro el mundo desarrollado, que está en el otro extremo, con índices de riqueza y estructuras que se traducen en este escenario en el que pueden ser contemplados de otra forma los sectores menos favorecidos de la población.
América Latina a su vez tiene condiciones que se sitúan en general entre los dos extremos --aunque siempre con el estigma de los problemas del subdesarrollo-- con acentuados matices de acuerdo a la región y el país. A la vez hay áreas del subcontinente que se encuentran tan mal como en el Africa profunda a que nos referíamos, y otras en que el panorama, sin ser el mismo que en países industrializados, denota por lo menos avances notorios respecto a otras épocas.
Un elemento fundamental para esta mejora tiene que ver con el escenario socioeconómico latinoamericano que se ha dado fundamentalmente en la última década y que pese a las desigualdades que subsisten ha permitido derramar recursos en sectores menos favorecidos, aunque con dificultades y con respuestas no siempre consistentes y a tono con las necesidades.
En este contexto el vicepresidente para América Latina del Banco Mundial, Jorge Familiar, consideró que actualmente el porcentaje de clase media supera a la de los pobres en América Latina, aunque advirtió que un 40 por ciento todavía es vulnerable. Según el jerarca, “por primera vez en la historia de Latinoamérica, la gente de clase media es más que la gente que vive en condiciones de pobreza”, por otras razones por la aplicación de políticas de crecimiento económico, generación de empleo y programas sociales impulsadas por los estados en la última década, al punto de que de los 540 millones de latinoamericanos, unos 80 millones salieron de la pobreza.
De estas consideraciones se desprenden naturalmente elementos positivos, que no pueden discutirse, aunque sí deben evaluarse en el marco de factores condicionantes que tienen que ver con la sustentabilidad de la mejora, que es el quid del asunto, más allá de datos coyunturales.
Debe tenerse presente que en gran medida estos cambios responden a que se ha contado con un escenario internacional muy favorable para los productos que exporta la región, fundamentalmente commodities, con muy buenos precios y demanda. Pero los buenos tiempos responden a coyunturas, precisamente, porque la experiencia indica que estamos ante ciclos alternados y seguimos en ancas de una ola positiva que tiende a diluirse.
Según el vicepresidente del organismo internacional, el desafío del subcontinente es trabajar para evitar una regresión y sostener la reducción de la desigualdad. Las políticas económicas dieron lugar a políticas públicas beneficiosas que permitieron en alguna medida enfocar el gasto social en los más pobres y con el enfoque de administrarlo como “una inversión y no un gasto”, indicó.
Naturalmente, una cosa es la intención y otra la instrumentación, desde que la calidad del gasto ha distado de ser la mejor, porque de acuerdo a lo que se observa en la región, la afectación de recursos, lejos de una inversión, deja serias dudas en cuanto a la sustentabilidad de este escenario de salida de la pobreza.
Por el contrario, como regla general las transferencias en el “gasto social” son más bien transferencias de recursos puntuales pero con escaso trabajo en hacer que esta mejora sea perdurable. Ello indica que lo del aumento de la clase media como afirmación en sí debe tomarse como un dato auspicioso pero con pinzas, porque todo indica que de cambiar el escenario internacional, buena parte de estos sectores podrían volver prácticamente a la misma situación anterior, y como bien indica, el desafío sigue planteado en como se podrá afrontar el cese del viento de cola, con un entorno externo “más complicado”, mayores tasas de interés y más volatilidad afectando a los países latinoamericanos, como reconoce el funcionario.
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