Paysandú, Sábado 11 de Octubre de 2014
Opinion | 07 Oct Cuando resulta difícil conciliar parámetros como valor del dólar y costos internos con la competitividad que se necesita para poder exportar productos y a la vez competir con bienes y servicios importados desde países que tienen otra infraestructura y costos, se vuelve imprescindible contrarrestar este desfasaje negativo con medidas internas que den otro perfil a los recursos materiales y humanos del Uruguay para afrontar este desafío.
No es un tema nuevo, ni tampoco cosa de un solo gobierno, porque estamos ante procesos que deben ser abordados como tales, con políticas de Estado y medidas que trasciendan un solo período de gobierno, y por lo tanto ante escenarios que deben platearse con altura de miras, lejos de períodos electorales, como el actual.
Pero son realidades que no pueden soslayarse a menos que se pretenda seguir pateando la pelota hacia adelante, para que otros algún día recojan el guante y cuando ya las respuestas resulten más costosas y difíciles de generar, solo por no pagar costos políticos ante medidas que no siempre van a ser populares y lo que es aún peor, sin ver los resultados en lo inmediato.
Uno de los aspectos clave tiene que ver con el rezago en la capacitación de los trabajadores y la productividad, dos aspectos que están relacionados entre sí y que son incluyentes, en el marco de una problemática que es común denominador, con matices, para los países en vías de desarrollo y por lo tanto incluyendo íntegramente a la América Latina.
Precisamente en nuestro subcontinente la enseñanza y la capacitación para el trabajo han “avanzado por caminos separados”, con sistemas “que suelen ser anticuados y están desacreditados y desconectados de las necesidades del sector productivo”, según se desprende de un estudio elaborado por técnicos del Banco Interamericano de Desarrollo (BID).
En el libro “Desarrollo de las Américas 2014 ¿Cómo repensar el desarrollo productivo, Políticas e instituciones sólidas para la transformación económica?” editado por el BID bajo la coordinación de Gustavo Crespi, Eduardo Fernández Arias y Ernesto Stein, presentado recientemente en Montevideo, se da cuenta de una problemática común a la región y a la que naturalmente no es ajeno Uruguay.
El presidente del organismo crediticio internacional, Luis Alberto Moreno, alude al “inaplazable debate sobre qué debería hacer América Latina y el Caribe para crecer de manera sostenida e incluyente”, según da cuenta el semanario Búsqueda, al recoger conceptos del alto funcionario.
Es cierto, considerar a la región como un todo sin tener en cuenta particularidades de cada país o región puede llevar a confusión e inexactitudes, porque hay realidades y realidades, pero sin dudas que en mayor o menor medida no hay país que escape a las condicionantes que atenazan a la región desde siempre, por encima de coyunturas y el crecimiento que se ha dado en la última década por las condiciones favorables externas, que no han sido aprovechadas por igual en todos los países, naturalmente.
El punto, como hemos señalado en más de una oportunidad, se centra en aprovechar las ventajas que se desprenden de este escenario favorable que nos ha caído desde el exterior para encarar en cada lugar las reformas estructurales pendientes que permitan apuntalar este crecimiento y sentar bases para un desarrollo que no siga dependiendo exclusivamente de los precios de las materias primas, y sobre todo generar trabajo dentro de fronteras, pero apuntando al trabajo de calidad, que implique dotar de valor agregado y tecnología.
Para ello es preciso potenciar las fortalezas internas y atacar los puntos débiles, uno de los cuales es sin duda la infraestructura, los costos internos y el déficit en educación y capacitación, como bien lo indica el reporte del BID.
Es así que por ejemplo una reforma educativa que actúe sobre esa realidad podría tener efectos económicos positivos y permitiría elevar 17 por ciento el Producto Bruto Interno por habitante de Uruguay hacia las próximas décadas, según evalúa el informe.
Estos cambios, que deberán suponer capacitar a la fuerza laboral que ya está activa en el mercado, incrementarían el PBI un 37 por ciento respecto al nivel de 2010, en lo que constituye un desafío para reorientar el enfoque de las políticas productivas de la región y las capacidades institucionales para llevarlas a cabo. Uno de los temas en que hace hincapié el estudio refiere precisamente a que la capacitación y la educación, dado su rol determinante en la productividad de los trabajadores y por ende en el desarrollo económico de la región, es una meta insoslayable y para ello deben llevarse adelante “profundas reformas que comiencen en la base del sistema educativo, y sin ello será difícil lograr mejoras generales y sostenibles en capital humano”.
Y este desafío está por encima de las ideologías, de la derecha o de la izquierda, del centro o atrás, porque tiene que ver con el futuro, porque cada día que pasa estamos perdiendo con el rezago en habilidades cognoscitivas de los trabajadores de la región, en tecnificación y en oportunidades laborales y de inversión, nada menos.
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