Paysandú, Jueves 16 de Octubre de 2014
Opinion | 11 Oct Con inusitada cobertura informativa y con visos de show mediático, además del notorio despliegue de integrantes del gobierno, incluyendo la presencia del presidente José Mujica, se concretó en las últimas horas el arribo al Uruguay del contingente de 42 refugiados sirios, la mayoría niños, a efectos de radicarse en nuestro país atendiendo la oferta que en su momento hiciera llegar el Poder Ejecutivo, con la intención de ofrecer un lugar para vivir a personas afectadas por la guerra en ese país.
El mandatario defendió la llegada al Uruguay de las familias refugiadas argumentando que prestigia a Uruguay frente a la comunidad internacional. En ese sentido, mencionó las ventajas de favorecer la inmigración y criticó la “mirada cortoplacista que no entiende que organizar y favorecer la inmigración, en el fondo, no es un gasto, no es un costo, es a la postre una inversión” porque las familias refugiadas “tendrán que luchar por su vida, trabajar y pagar impuestos”.
Por supuesto, no cuesta mucho inferir que el jefe de Estado se ha dejado llevar por un entusiasmo que es producto de su exclusiva visión personal, desde que se trata de familias compuestas por 8 a 12 hijos, con escasa formación, de similar perfil a las de muchos de nuestros asentamientos, y a las que el Estado uruguayo les dará cobijo desde un principio para una inserción que será costosa.
Tanto es así que incluso el presidente de OSE, Milton Machado, dijo que el ente estudia darle empleo y casa a algunas de las familias sirias que vinieron a Uruguay. “Tenemos algunas viviendas que quedaron en desuso, quedan casas que es más conveniente que estén habitadas que deshabitadas. Estamos estudiando esas posibilidades de poder habitar, (…) para que esta gente se asiente y regularice su situación”.
Seguramente que miles de uruguayos muy necesitados de vivienda y trabajo se preguntarán legítimamente por qué quienes llegan así al país van a tener preferencias y todas las facilidades para “insertarse”, a diferencia de su situación y por cierto también de las miles de familias de inmigrantes que cuando llegaron al Uruguay lo hicieron con una mano atrás y otra adelante, y se construyeron su futuro exclusivamente a través de su esfuerzo y sacrificio.
Pero en el caso de estas familias sirias, desde el vamos están condenados a vivir del Estado, puesto que difícilmente puedan sobrevivir con el ingreso de uno o dos empleos normales --suponiendo que logren reinsertarse plenamente--, y además encargarse de la educación de sus multitudinarias familias, para que no terminen como marginales. Para empezar, el gobierno ya reconoció un costo de 2,3 millones de dólares para los próximos dos años, suficientes para construir más de 90 viviendas decorosas para los miles de uruguayos que hoy viven en emergencia. Por lo tanto, el golpe propagandístico tendrá su costo. Si le sirve al Uruguay y a los uruguayos, el tiempo lo dirá, cuando en 5 o 10 años se sepa qué fue de estos niños y sus padres. Muchos uruguayos no tienen tanta suerte.
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