Paysandú, Martes 21 de Octubre de 2014
Opinion | 16 Oct Seguramente uno de los aspectos en que el Uruguay ha mejorado sustancialmente su perfil en los últimos años--con un ritmo mucho más acelerado en los últimos dos-- tiene que ver con una política energética, que le ha permitido impulsar inversiones en energías renovables, como la eólica y la fotovoltaica, al punto de situarlo en la vanguardia continental en cuanto al porcentaje de energías no fósiles.
La transformación energética presenta un saldo positivo especialmente a partir de 2007 --lo que fue refrendado a partir de un acuerdo interpartidario en 2010--, y actualmente están en curso varias iniciativas referidas a energías renovables no convencionales, así como la introducción del gas natural, la construcción de una central térmica de ciclo combinado, la planta de desulfurización de destilados y la interconexión con Brasil, a lo que se agrega la prospección de hidrocarburos en territorio nacional.
Es decir, un mosaico de alternativas que incluye tanto energías convencionales como renovables, en dosis diferentes de acuerdo a las perspectivas de inversiones y tendencias, pero con el común denominador de la búsqueda de la diversificación y la reducción de vulnerabilidades, lo que es positivo teniendo en cuenta el déficit de inversiones que habíamos tenido en las últimas décadas en esta materia.
De acuerdo a datos proporcionados por el Observatorio de Energía y Desarrollo Sustentable de la Universidad Católica del Uruguay, desde la formulación del plan al presente se han registrado eventos relevantes en el área energética, en el entorno internacional, como el desarrollo de shale gas y shale oil especialmente en Estados Unidos e incluso en la zona de Vaca Muerta, en Argentina, el freno de la energía nuclear tras el accidente de Fukushima, y desarrollo global del gas natural licuado, con instalación de varias regasificadoras e incorporación de buques gasíferos.
Y en este contexto, la apuesta del Uruguay se ha centrado fundamentalmente en acrecentar el porcentaje de energía eólica y en menor medida de la fotovoltaica, con algún problema en la disponibilidad de biomasa en emprendimientos de esta área porque salvo en las plantas instaladas en los emprendimientos madereros como UPM y Montes del Plata, se debe transportar la materia prima desde largas distancias, a lo que se agregará la instalación de la planta gasífera de Sayago, como inversiones palpables y de mayor envergadura.
Sin embargo, estas incorporaciones presentan desafíos de distinto orden, y no refieren solo a la captación de inversiones en sí, sino también en cuanto a la gestión de un sistema altamente diversificado, por cuanto el alto porcentaje de fuentes variables representará una mayor complejidad del sistema eléctrico.
De acuerdo a las previsiones gubernamentales la apuesta a la generación eólica tendrá su resultado positivo en 2016, cuando Uruguay se posicione como el mayor productor mundial de esa energía en función del consumo interno. Está previsto que en ese año el 33% de la generación eléctrica total provenga del viento.
El aumento de la generación de energía eólica se enmarca dentro del cambio de la matriz energética que desarrolla UTE, donde la previsión indica que dentro de dos años el 90% de la producción energética será a través de fuentes renovables. En ese escenario, se espera que la energía eólica represente la tercera parte de la generación.
Un informe realizado por la consultora energética SEG Ingeniería señaló que de concretarse esa aspiración, Uruguay se convertirá en líder mundial en energía eólica.
El documento consideró que esto no será en forma absoluta, pero sí en términos del porcentaje de energía de este origen respecto al total de la energía eléctrica generada en el sistema.
Actualmente, el líder en generación de energía eólica es Dinamarca, con un 28% de penetración que pasaría al segundo lugar desplazado por Uruguay en 2016. La previsión es contar con 1.200 megavatios ese año tomando en cuenta todos los parques que ya están adjudicados a privados o los de UTE que se encuentran en distintas etapas.
La proyección de UTE para fines de 2015 es que habiendo vientos se utilice el recurso eólico y se ahorre agua y cuando falte el viento se utilicen los embalses a partir del ahorro realizado. Y ante la escasez de agua y viento se podrán utilizar las centrales térmicas que tendrán como fuente principal el gas natural (que se producirá en la planta regasificadora ubicada en Puntas de Sayago).
“Cuando el sistema esté completamente desarrollado, con 1.200 megavatios de energía eólica conectados a la red, durante la madrugada (horas de menor consumo) y habiendo buenos vientos, toda la demanda podrá ser abastecida por medio de los aerogeneradores”, aclaró el informe de UTE. Pero en medio de visiones optimistas en cuanto a origen de generación y reducción de dependencia y menor vulnerabilidad ante el suministro de países vecinos, tenemos que habrá un menor peso relativo de la generación más barata, que es la hidráulica, y lo que se mejore en potencia como contrapartida tendrá también un mayor costo de generación, posiblemente, por cuanto debe tenerse presente además que la potencia eólica es sensiblemente menor a la instalada, por las características variables de este impulsor.
Igualmente, esta complejidad es bienvenida porque se origina en diversificación y alternativas renovables, porque además se minimiza la dependencia de energéticos caros en horas pico, que es un cuello de botella crónico en nuestro sistema.
Estamos por lo tanto en una dirección correcta en los grandes lineamientos, aunque con rumbo y decisiones siempre mejorables y sobre todo ante escenarios que pueden ir cambiando sobre la marcha, ante la dinámica del escenario internacional del que somos altamente dependientes.
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