Paysandú, Sábado 25 de Octubre de 2014
Opinion | 22 Oct Hubo un tiempo en que los caudillos controlaban grupos de electores, que votaban por mandato, lo que el caudillo o sus representantes les indicaban. Tiempos en que el hombre común y corriente se mantenía alejado de la participación política, atrapado por las divisas que ni siquiera le pertenecían, sino que respondían a quienes si estaban en el poder.
Hoy, muchas elecciones después, el sufragio universal ha superado aquellos “cepos” y otros, y claramente cada ciudadano tiene todas las posibilidades de ejercer libremente su derecho a contribuir a la elección de quienes tendrán a su cargo la administración del Estado por el siguiente período del gobierno.
País de tercios o mitades, según como se lo mire, el acto eleccionario del venidero domingo tiene alguna semejanza con el clásico de fútbol Nacional-Peñarol (o viceversa), pues en varios aspectos parece que lo que importa es el color, la bandera o ser de izquierda o ser de derecha, más allá que en los últimos años claramente esa manera de diferenciar los bandos partidarios se ha tornado poco eficaz, porque cada vez son más difusos los límites entre uno y otro sector.
Usando por primera vez las redes sociales para la difusión, discusión y combate, especialmente el Facebook, pero también Twitter, además de todos los métodos tradicionales, se han utilizado toda clase de artilugios para obtener el apoyo de los votantes.
No obstante aun, el votante se sigue preguntando ¿por qué votamos? La respuesta no es clara, en la medida que la campaña ha adolecido de propuestas concretas y ha abundado en el ataque a los otros candidatos y partidos, o en el agite del “orgullo” de pertenecer a cualquiera de las colectividades partidarias. “Ser” parece ser más importante que determinar lo mejor para el país. El criterio de que es determinado partido y no determinado candidato el que cambiará la historia o continuará llevando por buen camino al país (según quien lo diga), es claramente propio del mundo deportivo, no de un acto que se supone reflexivo como ejercer el derecho a voto, mediante el cual se dará el poder de administración del país.
La falta de credibilidad del sistema político --más allá que en la contienda electoral cada cual se pone en situación de creíble y deja al resto en la de “impresentables”-- genera desconfianza en el votante, y quizás por ello en lugar de hacer uso reflexivo de su voto, se contenta con participar desde el “ellos o nosotros”. Si se aprecia el conjunto de la propaganda electoral, claramente se convoca a “integrarse” para “salvar” al país, para que no caiga en manos de “ellos”.
¿Por qué votamos? En primer lugar porque es un inalienable derecho. Por eso mismo, debería ser un voto reflexivo, lejos del “ellos o nosotros”, lejos de todas las banderas, mirando a los hombres y mujeres que se postulan y tratando de discernir los mejores. Uruguay los precisa.
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