Paysandú, Domingo 02 de Noviembre de 2014

Con respeto y tolerancia, el pueblo se ha pronunciado

Opinion | 28 Oct En clima de tolerancia el pueblo uruguayo concurrió masivamente a las urnas el domingo y fue protagonista de una ejemplar jornada cívica, que es uno de los sinos de la época post dictadura, porque aquel grado de intolerancia que resultó funesta para los uruguayos en las década de 1960 y 1970, y que en alguna medida se dio todavía en años posteriores a 1985, ha dado paso a una madurez cívica que muchos países quisieran tener, sobre todo en nuestro subcontinente sudamericano, donde las dictaduras han sido una constante durante décadas.
Las urnas dieron su veredicto, quedaron atrás las encuestas preelectorales, y ha quedado de manifiesto que hubo más errores que aciertos en cuanto a porcentajes, aunque en líneas generales ha sido ajustado a la realidad electoral el orden de respaldo popular de los partidos reflejado en el escrutinio.
Y a grandes rasgos, más allá de algún punto o fracción que aporta alguna incógnita, surge que el Uruguay sigue dividido en mitades entre la izquierda y el resto del electorado, que habrá una segunda vuelta para que el ciudadano se pronuncie respecto a quien quiere o a quien no en el sillón presidencial, y a la vez con un Parlamento que refleja esta realidad electoral.
La expresión ciudadana tan repartida tiene sus pro y sus contra, porque habla de la diversidad de opiniones que es intrínseca a toda democracia, y del enriquecimiento en aportes y base de apoyo con que cuentan los gobernantes para resolver respecto a temas trascendentes para el país, pero a la vez conlleva la necesidad de que desde el partido de gobierno, ya sea desde el Poder Ejecutivo como en el Parlamento, se tejan negociaciones de las que surjan elementos de juicio para ir por el camino correcto, contemplando a las minorías y para no decidir en función de mayorías regimentadas preestablecidas, por encima de toda otra cuestión.
La mitad del país no puede --o más bien no debería-- imponerse por sobre la otra, porque la verdad no es patrimonio de ningún partido o sector, y por lo tanto deben ser bienvenidos y tomados en cuenta los aportes que se generen con sentido positivo desde otras tiendas si se entiende que coinciden con el interés general. Con mayorías parlamentarias propias o tejidas en base a negociaciones, este es el aspecto primordial a tener en cuenta, bajo el entendido de que todos, desde cada visión, queremos lo mejor para el Uruguay y sus habitantes, y que no hay un único camino para lograr los objetivos, que es hora de entendimientos por sobre fanatismos o visiones ideológicas que distorsionan la realidad y hacen a menudo tomar un camino equivocado del que es difícil volver atrás. También que hay valores a preservar más allá del grito destemplado de la tribuna, cuando hay que hacer lo que se debe hacer por encima del aplauso fácil o la simpatía en el corto plazo, que con el paso de los meses y de los años puede dar lugar a nuevas frustraciones.
Debemos tener presente además que en mayor o menor medida, el escenario internacional ya no es tan favorable como lo ha sido en la última década, y que ello significa un condicionamiento para todo gobierno, más allá de sus buenas intenciones, lo que determina que tenga que decirse que no a determinados reclamos cuando hay prioridades que no han sido satisfechas.
Estos son desafíos que se abren para el próximo gobierno, que vendrá con buenas intenciones, sea encabezado por Tabaré Vázquez o Luis Lacalle Pou, por encima de las propuestas y visiones de cada uno, que tienen ente sus deberes el no defraudar no ya a sus votantes, sino a todo el pueblo uruguayo, cuyos problemas no tienen color partidario, y que deben desenvolverse en un marco de prioridades cuidando lo que se pueda haber logrado pero a la vez en procura de más logros y reducir vulnerabilidades, que las tenemos, y no son pocas.
Porque transcurrido el ruido electoral, están por delante decisiones trascendentes en materia de educación, de seguridad, de salud, en aspectos claves para el interés general y el presente y el futuro del país, que por su vital importancia trascienden --o así debería ser-- la visión de un solo partido, aunque esté en el poder, y sí dar lugar a la búsqueda de consensos y acuerdos que realmente representen el sentir y reclamos de la población.


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