Paysandú, Lunes 10 de Noviembre de 2014
Opinion | 08 Nov A esta altura ya hay por lo menos una generación de alemanes que no conocieron la Alemania dividida desde la Segunda Guerra Mundial y que fue reunificada a partir de la caída por movimientos populares del oprobioso Muro de Berlín, que fue levantado por el gobierno de la ex Alemania Comunista para contener en la década de 1960 la fuga masiva de alemanes hacia el sector occidental.
Precisamente por estos días se cumplen los 25 años de la caída del muro, como corolario de la presión popular, que tuvo su eclosión material el 9 de noviembre de 1989, que pasó a ser una fecha que ha quedado grabada en la historia universal.
Ese día se anunció oficialmente que a partir de la medianoche los alemanes del Este podrían cruzar cualquiera de las fronteras de Alemania Democrática (RDA), incluido el Muro de Berlín, sin necesidad de contar con permisos especiales. De inmediato se corrió la voz en ambas partes de la ciudad dividida y mucho antes de la medianoche miles de expectantes berlineses se habían congregado a ambos lados del muro. En el momento esperado, los berlineses del Este, a pie o en automóvil, comenzaron a pasar por el puesto de control.
Se sucedieron así escenas de honda emoción, con abrazos de familiares y amigos que habían estado separados por mucho tiempo, con llanto y rostros que reflejaban sorpresa e incredulidad, con flores en los parabrisas de los autos que cruzaban la frontera, los viejos Trabant (“Trabi”, cariñosamente) de chasis de madera y de escapes tan humeantes como contaminantes y símbolo del rezago tecnológico e industrial de un país con un enorme potencial y que sin embargo fue maniatado en su desarrollo por el régimen comunista.
Miles de berlineses escalaron el muro y, en muchos casos, armados de cuerdas, picos y cinceles, comenzaron a hacer realidad su sueño de tantos años: derribar con sus propias manos el muro de Berlín, en el que muchos conciudadanos habían perdido la vida durante años tratando de escapar.
Por supuesto, no se trató de un hecho de generación espontánea, sino que fue producto de un proceso que dio lugar en determinado momento a generar la masa crítica que tuvo su eje precisamente en la inviabilidad del régimen comunista, lo que también se vivió en los países de la Europa más allá de la Cortina de Hierro, que incluyó a la ex Unión Soviética y sus países satélite.
Debe señalarse, en primer lugar, que en la Alemania Democrática (así denominada paradójicamente la Alemania donde no había democracia) las organizaciones de oposición como Nuevo Foro, Partido Socialdemócrata y Alternativa Democrática se fortalecían a ritmo acelerado, por el creciente número de sus simpatizantes, y una activa participación política de los ciudadanos y, por tanto, constantes demandas de cambios democráticos a los que el gobierno ya no podía prestar oídos sordos.
Así, en los primeros días de noviembre de 1989 tuvieron lugar manifestaciones masivas y pacíficas en ciudades como Berlín del Este, Leipzig, Dresden y Halle en las que miles de alemanes alzaron su voz para exigir la dimisión de todo el gabinete en el poder, y la celebración de elecciones libres entre otras reformas.
Por otra parte, los intentos de huir a la República Federal Alemana, que habían ocurrido desde el momento mismo en que Alemania quedó dividida, se habían incrementado a un ritmo vertiginoso.
Ya anteriormente, el 2 de mayo de 1989 los soldados húngaros comenzaron a desmantelar las barreras en la frontera con Austria, lo que constituyó la primera apertura al mundo occidental, y los principales beneficiarios fueron los alemanes del Este, que de pronto podían pasar al mundo occidental a través de Hungría y Austria. Pero a medida que miles de alemanes del Este se internaban en territorio húngaro, se incrementaron las tensiones entre los dos países. El gobierno de Berlín del Este exigió a Budapest enviar de regreso a los refugiados, pero los húngaros se negaron y fue así como en tan sólo tres días, a principios de setiembre, 15.000 alemanes del Este se fugaron a Alemania Federal, en lo que constituyó el principio del fin del régimen de la RDA.
La respuesta del gobierno alemán del Este fue prohibir el paso a Hungría, pero esto solo sirvió para que los alemanes que buscaban escapar se refugiaran en la embajada de Alemania Federal en Checoslovaquia, y ya en octubre de 1989 se vio que la revolución en Alemania Democrática era inminente.
Ante los éxodos masivos y proliferación de manifestaciones de protesta contra el régimen, el día 7 de noviembre renunció todo el consejo de ministros, el organismo que regía el destino de la RDA. Dos días después, la frontera que separaba a las dos Alemanias, al igual que el muro de Berlín, se esfumó por la incontenible fuerza popular.
El movimiento revolucionario de la RDA no fue un fenómeno aislado. Todos los países del bloque socialista experimentaron cambios radicales en un plazo relativamente corto, como quedó de manifiesto en la historia reciente.
Pero el Muro de Berlín debe ser evaluado como mucho más que el episodio de gran importancia, que realmente lo es, sino que demuestra que no hay barreras naturales o artificiales que puedan detener los procesos que jalonan la historia, cuando hay un pueblo atrás.
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