Paysandú, Martes 11 de Noviembre de 2014
Opinion | 07 Nov Hace hoy 25 años, el 7 de noviembre de 1989, renunció todo el consejo de ministros de la República Democrática Alemana y dos días después, fue derribado el Muro de Berlín, aniversario que se cumplirá el domingo que viene.
En 1989 el mundo clamaba por la paz, la reconciliación y los nuevos rumbos. Era “otro mundo”, uno donde todavía los ideales eran más importantes que el nuevo i-Phone o Galaxy. El mundo temblaba al contemplar a sus principales gobernantes se habían olvidado de luchar por la igualdad, por la libertad. La confrontación de las superpotencias en una mortal carrera armamentista, que tenían inmensos arsenales de armas de destrucción masiva. El mundo pendía de apenas un botón.
Lo que terminó en el derribo del Muro de Berlín tuvo causas muy concretas. Es que, de pronto, los “principios democráticos” habían sido cambiados por las leyes del mercado. Por eso en aquel 1989 todo clamaba paz, todo clamaba cambio. Junto a la inusitada transformación de la Unión Soviética, la magistral lección del presidente Nelson Mandela, que, después de 27 años de cautiverio, fue capaz, con su política de conciliación y brazos abiertos, terminar en muy poco tiempo el atroz racismo del apartheid. También por entonces terminaba con éxito el proceso de paz en Mozambique.
Por otra parte, hubo manifestaciones masivas y pacíficas en ciudades como Berlín del Este, Leipzig, Dresden y Halle en las que miles de alemanes alzaron su voz para exigir la dimisión de todo el gabinete en el poder, así como la celebración de elecciones libres y otras reformas. Los intentos de huida a Alemania Federal aumentaron en mucho, lo que llevó a que los soldados húngaros bajaran las barreras en la frontera con Austria en mayo de 1989, lo cual constituyó la primera apertura al mundo occidental.
La unión de las dos alemanias tuvo consecuencias más allá de ese sentimiento de libertad que inundó el mundo, aunque francamente eso fue solamente una ilusión, otra vez una ilusión. Pero no todas las consecuencias fueron beneficiosas. La privatización de las empresas estatales del Este en favor de las del oeste fue subsidiada masivamente por el Estado alemán, que se hizo cargo de la deuda externa de la Alemania del Este y de las deudas internas y externas de sus empresas, lo que provocó una descomunal emisión monetaria y un crecimiento espectacular del déficit fiscal.
Pero, más allá de esas consecuencias que no resultaron del todo beneficiosas para Alemania entonces, los seres humanos fueron capaces de expresarse y actuar libremente en defensa de sus ideales, en la búsqueda de una verdadera democracia. Más allá que eso sigue siendo un ideal, aquel momento de gloria resulta inolvidable. Ahora, hay que seguir derribando muros.
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