Paysandú, Jueves 13 de Noviembre de 2014
Opinion | 13 Nov En los últimos años, pero generalmente en todos cuando se manifiestan crisis, ha cobrado fuerza la importancia de los denominados “emprendedores” en la economía, porque se trata de la fuerza vital de toda nación que pretenda crecer y desarrollarse, al implicar la gestión de capitales de riesgo en emprendimientos de producción de bienes y servicios, fundamentalmente, que generan por lo tanto fuentes de trabajo, crean riqueza y reciclan recursos.
Es cierto, un emprendimiento no es siempre igual a otro, sino que hay áreas estratégicas y un know how al que no se puede sustraer, incluyendo tecnología y recursos humanos y materiales en juego, que a la vez son características de cada país, sin olvidar la naturaleza de los mercados. Pero en todos los casos con el común denominador de ser los capitales de riesgo que emprenden y encolumnan tras de sí a toda la economía, y no siempre con la mejor suerte personal o empresarial, por tratarse precisamente de poner en riesgo su capital y patrimonio personal y empresarial.
Hay culturas que tienen una experiencia emprendedora muy marcada y otras en las que hay una actitud más difusa y eventualmente cómoda ante los desafíos, lo que marca también como hay países que se desarrollan y otros que siguen en un eterno subdesarrollo, más allá de cualquier valoración sobre regímenes de gobierno o ideologías.
Pero en términos generales, tenemos que a la luz de la experiencia, los países que en su momento intentaron economías colectivizadas han fracasado, y en cambio han progresado los que han puesto énfasis en el acometimiento emprendedor privado, verdadero motor que ha impulsado sus economías, en el fondo de los tiempos emergente sí como capitalismo de perfil salvaje, pero con el tiempo acotándose a líneas de acción bajo reglas de juego que han permitido acotar excesos y como regla general, aún dentro del libre mercado, generar condiciones para una mejor redistribución de la riqueza y compartir responsabilidades, desafíos, deberes y derechos.
A propósito de espíritu emprendedor y culturas, en reciente artículo del Dr. Gonzalo De León, para EL TELEGRAFO, el profesional cita un informe que contiene el resultado de un trabajo desarrollado por técnicos del Banco Mundial bajo el título “El emprendimiento en América Latina, muchas empresas y poca innovación”, que es en gran medida un diagnóstico del subcontinente en esta materia y que explica precisamente la situación en que se encuentra, aún tras una década de bonanza por las condiciones favorables del comercio exterior. Entre otros elementos, el Banco Mundial indica que el 60 por ciento de los empleados latinoamericanos trabaja para empresas con cinco o menos empleados. “Muchas veces considerado como un motor del desarrollo, el espíritu emprendedor genera puestos de trabajo e impulsa el crecimiento económico. Si bien la creación de empresas en la región es elevada, las compañías que sobreviven crecen a una tasa mucho más baja que sus similares en otras regiones y compañías de ingreso medio”.
Asimismo las empresas latinoamericanas introducen productos nuevos “a un ritmo menor que sus contrapartes en otras regiones en desarrollo”, al punto de que en Ecuador, Jamaica, México y Venezuela la tasa de desarrollo de productos es menor de la mitad que la de Tailandia o Macedonia. Consecuentemente, esta falta de innovación daña la competitividad, frena el crecimiento y repercute en la generación de puestos de trabajo de calidad, un desafío significativo para el desarrollo, especialmente para América Central”.
En lo que respecta al Uruguay, con sus características propias, igualmente encaja en este común denominador, si se tiene en cuenta que el grueso de la actividad es desarrollada por micro y pequeñas empresas, que concentran prácticamente el 80 por ciento del mercado de trabajo privado, y a los problemas de traducir el espíritu emprendedor se suma que una vez en marcha el acometimiento, hay dificultades notorias no ya para desarrollarse, sino para subsistir, por lo menos dentro del circuito formal.
En el país existen 136.691 Mipymes: micro (114.456), pequeñas (18.399) y medianas (3.836), y son realmente muy pocas las empresas que entran en la categoría de grandes, lo que implica la repercusión en la economía cuando se presentan dificultades para este sector.
Y en cuanto a perspectivas de crecimiento en estas empresas, el margen queda acotado por una serie de factores que lo condicionan, incluyendo la naturaleza del propio mercado, tanto interno como en el escenario exterior, con falencias en capital humano, con escasez de graduados en ciencia y tecnología, con impacto directo en la innovación, a lo que se agrega en lo referente a la mano de obra la calidad de la educación y formación profesional, como dos factores significativos, entre otros.
Como aspecto nada despreciable, el factor cultural es un elemento limitante de gran envergadura, por cuanto hay notoria aprensión a la asunción de riesgos, al punto que según el informe del Banco Mundial, “el panorama económico en América Latina es tal que las empresas tienden a empezar pequeñas y permanecer pequeñas”. Tal vez se deba a la naturaleza conservadora del emprendedor, que tiene referencias de fracasos históricos en las coyunturas económicas del país, y también con la estrechez del mercado, déficit en lograr créditos para expansión, con serias exigencias en garantías y costos bancarios, con una ecuación costo-beneficio comprometida.
Por añadidura, tener como socio y convidado de piedra al Estado en la vida empresarial no es un elemento recomendable y es a la vez disuasivo para los emprendimientos, lo que explica que muchos potenciales emprendedores prefieran quedarse a la sombra del Estado, en empleos remunerados decorosamente, pero sin riesgos y con inamovilidad, mientras intentan alguna “cosita” por fuera como extra, pero nada más.
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