Paysandú, Viernes 21 de Noviembre de 2014

Nueva realidad demográfica en América Latina

Opinion | 15 Nov De acuerdo a un nuevo informe de la Comisión Económica para América Latina y el Caribe (Cepal), el Siglo XX estuvo caracterizado en esta región del mundo, en términos demográficos, por el crecimiento de la población, en tanto el presente siglo estará marcado por su envejecimiento debido a la reducción de la fecundidad, y a la vez el aumento de la esperanza de vida.
El estudio “La nueva era demográfica en América Latina y el Caribe: la hora de la igualdad según el reloj poblacional” indica que el número de habitantes de la región aumentó de 161 millones en 1950 a 512 millones en el año 2000, y las proyecciones para este siglo prevén un incremento de hasta 734 millones en 2050, aunque habrá un descenso posterior hasta 687 millones en 2100. Las principales variantes se verán en la estructura por edad de la población debido al avance del proceso de envejecimiento. Precisamente el estudio indica que en las últimas seis décadas la esperanza de vida en América Latina y el Caribe aumentó en 23 años y la brecha con las zonas más desarrolladas se acortó a la mitad. Es así que la esperanza de vida al nacer se incrementó de 55,7 años en 1950 a 74,7 años en 2015, lo que se entiende ha respondido en buena medida a la reducción de la mortalidad en las edades tempranas, sobre todo en la mortalidad infantil.
En lo que respecta a los nacimientos, América Latina y el Caribe han pasado de tener índices reproductivos que estaban entre los más altos del mundo, con una tasa global de fecundidad de seis hijos por mujer entre 1950 y 1955, a un nivel menor de 2,2 hijos por mujer en la actualidad, lo que incluso está ligeramente por debajo de la media mundial, que es del 2,2 por ciento.
Es cierto, uno de los aspectos cuestionables en el informe de la Cepal es considerar la región globalmente, cuando es notorio que hay diferencias abismales entre los propios países de la región, porque no es lo mismo Nicaragua que Chile, o Uruguay que El Salvador o Haití, por citar ejemplos de contrastes notorios, pero por lo menos los indicadores, tomados globalmente, dan cuenta de una evolución significativa en cuanto a la expectativa de vida y con ello la mejora en general de la calidad de vida, asociada a la vez a una mejora económica que se ha dado sobre todo en la última década a partir de la favorable coyuntura internacional.
Y en lo que respecta a nuestro país, hay solo algunos aspectos que encuadran en este promedio del estudio de la Cepal para la región, por lo que resultaría tramposo interpolar valores, tendencias y escenarios, desde que en el aspecto tanto desde el punto de vista socioeconómico como demográfico, Uruguay tiene componentes que corresponden a países en subdesarrollo pero también a los países desarrollados, y no siempre con lo mejor o más destacable de estos encuadres de cada uno, precisamente.
Es decir, que por ejemplo la situación demográfica uruguaya es más parecida a la de los países europeos, con marcado envejecimiento poblacional, que a la de los países centroamericanos, por acentuar contrastes, pero en lo que refiere a la economía y escenario socioeconómico, tiene mucho en común con la mayoría de las naciones del subcontinente, es decir dependencia extrema de la exportación de materias primas con base agropecuaria, baja industrialización e innovación tecnológica, caída significativa de la calidad de la enseñanza y formación para la vida, escaso espíritu emprendedor, alto costo del Estado, burocracia, déficit en logística, caída de la competitividad, servicios públicos de baja calidad, una cobertura en salud que es buena en los papeles pero que en la realidad tiene serias carencias, y un esquema previsional que depende en extremo de los aportes de los actuales trabajadores, con una coyuntura favorable, y con tendencia a la inviabilidad si decae la actividad en general.
En este sentido, ha sido acertada la visión que en una de sus habituales reflexiones filosóficas, expresara el presidente José Mujica cuando alertó que los jóvenes van a tener que afrontar una mayor carga tributaria y dedicar una creciente porción de sus ingresos a pagar la jubilación y seguridad social de las siguientes generaciones, tal como viene la tendencia tanto nacional como mundial.
Pero lamentablemente en nuestro país todavía no se ha elaborado un diagnóstico y menos aún un debate bien sustentado sobre eventuales acciones para enfrentar la contingencia dentro de parámetros que no resulten traumáticos y no en la tesitura, tan común a nuestra idiosincrasia, de salir a apagar incendios que debieron haberse previsto con mucha antelación.
Hay opiniones de expertos que indican que sería inevitable hacer ajustes a la baja en el nivel de beneficios que ofrece el actual régimen jubilatorio uruguayo para asegurar su estabilidad financiera, sin excluir un aumento de la edad de retiro. Ocurre que en sistemas de reparto o solidaridad intergeneracional y beneficios definidos, como es el sistema que administra en el país el BPS y los servicios de retiros policial y militar no está garantizada la sostenibilidad financiera del sistema y se deben hacerse estudios frecuentes y ajustes periódicos de los parámetros para asegurar la sostenibilidad.
Igualmente, no hay recetas mágicas en esta materia, y así, debemos tener presente que el envejecimiento poblacional mundial tiene una diversidad de grados, en una problemática que tiene connotaciones no solo respecto al futuro cercano, sino que forma parte de una actualidad insoslayable, aunque en el caso del Tercer Mundo y en este caso específico de América Latina podría percibirse como un escenario más lejano por la composición de sus franjas etarias. Pero el informe de la Cepal a que nos referimos, teniendo en cuenta las diferencias entre países que hemos apuntado, nos sitúa en la realidad de la región, con las particularidades de cada país, y expresa un condicionamiento en las políticas de cada nación, desde que este envejecimiento conlleva además sostener un esquema de prestaciones sociales muy bien estructurado para atender la calidad de vida de los grupos de mayor edad, con serios desafíos para sostener un esquema previsional cada vez más exigido.


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