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Paysandú, Viernes 28 de Noviembre de 2014

Caja boba

Opinion | 21 Nov Se conmemora hoy el Día Mundial de la Televisión, siguiendo la resolución de las Naciones Unidas, recordando que en esta fecha --en 1996--, se celebró el Primer Foro Mundial de la Televisión. Desde aquellas primeras emisiones públicas no periódicas de la BBC en Inglaterra en 1927 y regulares desde 1930 en Berlín, la televisión ha progresado hasta convertirse en parte esencial de la sociedad, en promotora fundamental de la sociedad de la imagen, del contenido multimedia y de un desarrollo tecnológico que parece no tener fin.
La televisión ha servido a lo largo de su historia para diferentes fines, algunos que han contribuido al desarrollo humano, a la información de los pueblos del mundo, siguiendo los principios de independencia, pluralismo y diversidad; otros han servido para reducir el nivel cultural, para generar corrientes únicas de opinión, para la desinformación a partir de la emisión de determinados contenidos y el ocultamiento de otros.
La llegada de medios globales que han transmitido en directo una mirada propia de algunas guerras recientes, intencionadamente confundiendo a la audiencia con que se reflejaba realmente el infierno de la guerra, cuando solamente se hacía un espectáculo con ella, contribuyeron y contribuyen a la formación incompleta de opinión pública.
Con su algo alto grado de influencia, basada en la expresividad de la imagen, cuyo mensaje va directamente al subconsciente, con una construcción propia de un mundo que aparece real pero al que en realidad suplanta, genera un reinado de fantasía. Construye un mundo que supuestamente representa al real. Da una visión de la vida más agradable y con menos problemas de los que hay en la realidad.
Esto ha construido generaciones de espectadores que necesitan estímulos permanentes, lo que lleva a la guerra del rating y a esa perversa medición de audiencia llamada “minuto a minuto”. Dando descanso al intelecto, lo que se necesitan son acciones que muevan al consumismo, que den alimento a la parte morbosa de todo ser humano.
La simplificación de mensajes, la necesidad de satisfacer intereses particulares (empresariales o políticos), llevan directamente a una mediocridad que es el principal inconveniente de un medio tan rico, tan atrapante, como lo es la televisión.
Y sin embargo, aunque son los de menor audiencia, las informaciones sobre temas culturales, internacionales y científicos son las que gozan de mayor credibilidad entre la audiencia. Este hecho alimenta la esperanza en la televisión por venir. Porque lo fatuo, lo vano, lo morboso quizás --después de todo-- caduque. Y la sociedad pueda acceder entonces a todo lo bueno que la televisión puede (y debe) ofrecer.


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